La maleta a la que te aferras y el corazón que sangra de madrugada

Chimbote en Línea (Por: Víctor Pasco) De vuelta al cuarto blanco. Todo parece haberse quedado en un largo letargo, la habitación me recibe con la misma emoción con la que me dejó ir: indiferencia. A pesar de que he dejado una parte de mí, debo aceptarlo, es solo una habitación, son solo paredes decoradas y un olor que se desprende del mío; pero un simple cuarto al fin y al cabo, sin brazos ni gestos.

Tal vez lo mismo nos suceda con las personas que a lo largo de nuestras vidas vamos encontrando y perdiendo. Algunas son solo habitaciones, otras son más una cama, una almohada, una ducha a medio día en pleno verano o la maleta que llevamos de un lugar a otro, aferrándonos a su presencia.

Pensar en este horror, en este descubrimiento, y estar sobrio, hace que mi cerebro palpite muy fuerte, que mis manos suden y mi cuerpo tiemble. Creí que estaría lo suficientemente sedado para enfrentar este momento. Y tal vez sí lo estoy, me he sedado de otra manera, con otras emociones, con otras sustancias menos peligrosas.

El teléfono calma mis estados de paranoia, pero a veces todo vuelve con más fuerza de cuando empezó. Y no poder salir a perderse por ahí porque la compañía de esas largas caminatas está lejos ahora y sin sus pasos vigías no me apetece caminar, no me apetece salir de la habitación.

Cada vez que veo una pastilla contra el dolor de estómago recuerdo los días que pasé apartado del mundo, en nuestra ciudad imaginaria que inventamos sin querer y que aguarda el regreso, espera sentada en la recepción del edificio, en la estación de buses de la ciudad donde nos conocimos. Y que a veces entra conmigo a esta habitación perdida, pero se deprime tanto, se llena de tantos colores oscuros que prefiere esperarme con esa sonrisa única en un lugar que solo los dos sabemos.

Y en la Gris todo es diferente a cuando llegué, hemos cambiado tanto los dos que no nos reconocemos ya ni con la vieja ropa puesta. Los amigos se hacen enemigos y los coches son más en número que los corazones que están dispuestos a tenderte una mano.

Tomaré unas palabras de un viejo documental: “Fue la época en la que nos separamos, eso fue. En la que cada uno empezó a vivir una vida por su cuenta. Yo no sé qué harían los demás pero yo paseaba por todo Santiago y me sentía muy bien…”. Palabras que me recuerdan mi estadía en mi ciudad natal junto a mi familia, creo que ya era el momento en que todos debían tomar caminos separados… creo.

En fin. Un día te subes a un bus y al día siguiente estás en otra ciudad, en un cuarto hostil, con una mano lastimada, escribiendo poemas de mierda dedicados al estado denigrante en el que has caído y a la necesidad de esa persona que te arrancó de ese letargo que te consumía sobremanera.

Es hora de empezar un nuevo capítulo, de dejar lo malo atrás. Debo aligerar el equipaje, si es preciso dejar cosas de mi cuerpo en el camino. Pero al final, habrá valido la pena.

Muchas veces hemos muerto sin darnos cuenta. Y hemos vuelto a la vida con otros ojos y otra alma, una limpia y nueva. Pero la dejamos ir sin haberla aprovechado. Sin querer, la chica de la librería ha compartido su veneno conmigo, y lo arriba expuesto lo estamos experimentando. Tenemos nueve vidas para descubrirlo, para saber qué pasa si esta vez decides hacer lo correcto…

Ya son casi las once de la noche, el teléfono espera por mí. Es mi forma de huir de la realidad, de irme volando de aquí.

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