Unidos por la esperanza en el Señor de los Milagros

Chimbote en Línea.- (Por: P. Matías Siebenaller)  Para el día del Papa Francisco en Lima está prevista una visita al Santuario de las Nazarenas. El Papa contemplará la imagen de Cristo Crucificado que  desde siglos en el Perú se invoca como El Señor de los Milagros. 

En su oración el Papa dará gracias al Señor que desde la periferia de Pachacamilla irrumpe en la historia del Perú y del mundo.  Se colocará el Obispo de Roma en la procesión del Señor de los Milagros que convoca a los cansados del trajín de cada día y a los sobrecargados de leyes y prescripciones para ofrecerles alivio (cf.Mt 11,25-30). 

Este Papa se sentirá a gusto y cómodo en medio de esta muchedumbre popular y comprende que desde los escombros por terremotos, huaycos y pobrezas de toda índole pida tantos milagros.  El Papa, en nombre de toda la Iglesia, renovará su fe en “el levantado en alto que atrae a todos hacia él” (Jn 12,32).

1. El Cristo moreno viene de la periferia

Jesús entró como pobre en la historia humana; vivió como pobre entre los pobres; levantó la esperanza de muchos pobres; dio y da su vida para que los pobres “tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).  “Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres, reclama a Jesucristo” (DA 393).

En los inicios de la devoción al Señor de los Milagros hay un grupo de pobres del barrio de Pachacamilla en la todavía pequeña ciudad de Lima a mediados del siglo XVII: gente desterrada, esclavizada, con hambre de pan, de dignidad de libertad.  Durante sus encuentros de cofradía levantan con fe sus ojos hacia el Señor en la cruz.  En el crucificado encuentran a un aliado, consuelo, alivio, perdón y aliento para seguir y hacer el bien al estilo de Jesús.

La imagen del crucificado pintada por un esclavo de Angola en una pared de adobe da origen a la devoción al Señor de los Milagros que se extenderá por todo el Perú y más allá de sus fronteras.

El Papa Francisco en ese momento, debe recordar lo que escribió en la Evangelii Gaudium: “Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo. ¡Qué bien nos hace mirarlo cercano a todos!... La entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existencia… A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor.  Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás… Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo” (EG 269 y 270).

2. Las oraciones desde la periferia

Francisco, despojándose de los atuendos tradicionales del Obispo de Roma, se coloca en la procesión de los que siguen al Señor de los Milagros. Recuerda que “para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior.  La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo.  Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y ardor hacia todo su pueblo… Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esa pertenencia” (EG 268).

El Papa “entropado” (J.M.Arguedas) con la muchedumbre, jalada por las andas del Cristo morado, siente y escucha las oraciones de siempre que brotan de un pueblo pobre y creyente: La madre que ha perdido a su hijo, único sostén de la familia, no puede sino llorar (Lc 7,11-17).  También está el ciego de Betsaida empujado por unos vecinos (Mt 8,22-26). Nadie se fija en la mujer con hemorragias que empujando avanza y logra tocar las andas del Señor (Lc 8,43-48).  Desde un segundo piso Zaqueo quiere ver a Jesús (Lc 19,1-10).  Muchos, como el paralítico en la piscina de Betzatá, confiesan: “Señor, no tengo a nadie” (Jn 5,1-18).  Son numerosos los que hacen suya la humilde oración del leproso: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mc 1,40-45). 

También está el centurión pagano que nos hace rezar: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Mt 8,5-13).  Fijando desde lejos sus ojos en el Señor, más de uno hace suya la oración del publicano en el templo: “Ten compasión de mí que soy un pecador” (Lc 18,9-14).  Muchos, como aquel padre de familia desesperado, gritan en silencio: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe” (Mc 9,14-29).

En sus primeras páginas los evangelios sinópticos nos dicen que Jesús no cayó en la tentación de demostrar su condición de Hijo de Dios con  manifestaciones de poder, fama y riqueza.  Más de una vez Jesús toma distancia de quiénes lo buscan para ver signos y prodigios y no los acogen con espíritu de fe (cf. Mt 16,1-4; Mc 8,11-12 y Jn 4, 48).  Ahora bien, no cabe duda que numerosas personas, hombres y mujeres con nombre propio, han experimentado en el encuentro con Jesús una recuperación extraordinaria de la salud del cuerpo y del alma.  Jesús mismo interpreta sus sanaciones como signos de la venida del reino de Dios (cf Mt 12,28) y casi siempre felicita la persona curada y perdonada diciendo: “Tu fe te ha salvado”.

3. “Levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32)

No faltarán teólogos, pastoralistas y sociólogos que, con acierto, harán  observaciones críticas sobre esta manifestación de religiosidad popular. 

La devoción al Señor de los Milagros esgrimirá siempre el argumento de suprema autoridad: En el centro del lienzo del Cristo moreno, en el corazón de la devoción al Señor de los Milagros está la cruz de Cristo, el misterio de su muerte y resurrección, el manantial vivo de nuestra salvación.  Jesús en la cruz es acontecimiento vivo y permanente de salvación.  Cristo, por su pascua, completa nuestra fe “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beberá el que cree en mí” (Jn 7,37).  Para los que creen, Jesús en la cruz es fuente viva y permanente del Espíritu Santo; de su corazón abierto mana el agua que “nos convierte en fuente de agua que brota para la vida eterna” (cf. Jn 4,1-14).  Aquí hay que renacer (cf. Jn 3,1-8).  ¡Déjate atraer por el levantado en alto!

Me alegro que el 20 de enero del 2018 el Papa Francisco esté en el Santuario de las Nazarenas en Lima y que en oración se confiese devoto del Señor de los Milagros.- Bien entendida la devoción al Señor de los Milagros significa opción preferencial por los pobres.

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