El Asilo Periodístico ha regresado…

(Por Juan Gargurevich) ¡A iglesia (o televisión) me llamo!!
 
“¡A Iglesia me llamo!” gritaba el afligido que estaba a punto de ser detenido o quizá conducido al cadalso, y se introducía en el templo más cercano, pidiendo asilo al párroco. Y si no era un delincuente común la policía se detenía en la puerta obedeciendo la orden del cura que, cruz en mano, los conminaba a respetar el “asilo en sagrado”.

La institución es, o era, romana o quizá más antigua. Pero es cierto que en toda la Europa católica los condenados procuraban ganar la calle y arrojarse al interior de una iglesia. Y según las leyes de cada país por lo menos salvaban la vida.

Así era también en el Perú en tiempos coloniales aunque por lo general la policía no dudaba en romper la sagrada regla y sacaba a rastras al acusado. La última vez que la Iglesia firmó un concordato sobre el tema fue entre Franco y Pío XII en 1953 pero presumimos que al cruel dictador gallego poco le importó el grito de pedido de asilo sagrado.

No fue hasta 1952 que el conocido periodista Francisco Igartua lanzó el grito pero con una variante criolla: “¡Al Comercio me llamo!” lanzándose al interior del diario de La Rifa donde los Miró Quesada rechazaron a los policías que pretendían sacarlo.

La historia es larga y rocambolesca y puede leerse en detalle en, por ejemplo, “Siempre un Extraño” libro testimonial de Igartua (Aguilar, Lima, 1995).

El periodista dirigía “Caretas” desde donde, con ayuda de la vigorosa y sabia pluma del gran Federico More hacía oposición al gobierno del dictador Manuel A. Odría que tenía como perro de presa al implacable Esparza Zañartu. Y en noviembre de 1952 fue detenido y deportado a Panamá donde la pasó mal y planificó su retorno a Lima. Logró viajar a Santiago y allí obtuvo una visa que lo autorizaba a entrar en el Perú.

En Lima lo esperaban Doris Gibson, redactores, familia, amigos… y policías. Y en medio del desorden, gritos y empujones, ganó la calle, trepó a un taxi y ordenó: “Al diario El Comercio, rápido!”, iniciándose una persecución de película.

No se atrevió Esparza Zañartu a ordenar el asalto a El Comercio pues por entonces el diario era todavía una respetable institución bajo la mano segura de Don Luis.

Y hace pocos días el dirigente aymara Walter Aduviri encontró refugio en Panamericana Televisión y, como antes con Igartua, la policía no se animó a entrar a sacarlo pese a que tenía la orden judicial de conducirlo de grado o fuerza al Tribunal.. Pero el Gobierno sabía que el escándalo sería mayúsculo porque el enfrentamiento con los decididos paisanos que lo resguardan habría resultado en una noticia quedaría la vuelta al mundo.

Así, una buena cámara puede a veces detener a los más fieros gendarmes. Pero no hay que confiarse porque esos guardias no ven mucha televisión.

(En la foto, el último número de “Oiga”, del 5 de setiembre de 1995).