Ese periodismo que juzga y condena

(Por: Juan Gargurevich) Todavía no hemos escuchado, visto o leído opinión de las instituciones que tutelan a nuestra libertad de prensa sobre el tratamiento crudamente antiético del dramático caso del joven Ciro desaparecido en el Cañón del Colca.

En diarios y programas de televisión se ha decidido que el muchacho fue asesinado, llegando a esa conclusión en base a investigaciones inventadas, entrevistas a presuntos expertos y a dolidos familiares pero sobre todo con excesiva imaginación que incluso llevó a un diario a preguntar con grandes titulares “¿Por qué lo mataron?”, añadiendo “Se quiere saber si el móvil fue venganza o crimen pasional”

No podemos menos que expresar nuestro asombro ante esta conducta de un (pequeño, felizmente) sector de colegas que probablemente no quisieran que les reprochen nada y para quienes que el vale todo vale forma del oficio.

Esta conducta periodística de juzgar y condenar por su cuenta no es nueva en el periodismo y su historia está llena de casos de inocentes llevados a la cárcel por presión mediática y que luego, gracias a otros colegas de buen periodismo, fueron liberados. Se recuerda por ejemplo el caso del presunto asesino de un cadete del Leoncio Prado, allá por los años cincuenta. Periodistas y policías coludidos enviaron a prisión a un moreno chinchano que nada tuvo que ver y fue sin embargo víctima de un ensañamiento periodístico como pocas veces se había visto.

El periodismo es un poderoso movilizador de opinión pública. Y es por esto que hemos visto por la televisión a Rosario Ponce llegando a la Fiscalía en Arequipa siendo perseguida por desaforadas que la acusaban de “asesina” y le gritaban “que diga la verdad”, recogiendo así las versiones periodísticas.

También somos testigos de cómo se ha involucrado a los servicios de inteligencia del Ejército debido a que el exsuegro de Rosario ha sido militar y ha trabajado efectivamente en dicha área. En consecuencia, aventura el periodista “sabe bien cómo matar y esconder… pues los entrenan para eso en las Escuelas de las Américas del ejército norteamericano en Panamá”, metiendo en el tema a ese señor que es abuelo del hijo de Rosario (que es madre soltera) y decidió acompañarla para protegerla de los agresivos reporteros de la prensa amarilla local.

La joven Rosario se defiende con la frase “quien no la debe no la teme” pero todo indica que no basta la verdad para hacer frente al aluvión mediático que cultiva la tesis del asesinato.

¿Y dónde está Ciro? La gente desaparece en el Colca, como el anciano historiador militar que hace ya unos treinta años, decidió internarse en el Cañón y no volver jamás. Nunca encontraron su cadáver.