Santa: memoria que lastima pero que es preciso recordarla

Esta larga pascua…
 
(Por: Guillermo Martinez Pinillos) La semana previa al 10 de abril asistí, como todos los peruanos, a toda aquella fiesta mediática de las elecciones generales peruanas.

Fui un vicioso espectador, desde este mágico internet que me permitió seguir el proceso. Consumí entero a mi país desnudo –sus vicios, sus taras, sus pasiones, sus miserias, sus aciertos, su cultura-, a través de redes sociales, leyendo diarios y viendo la tele.

El domingo de sufragio, entre el zaaping on line, los diarios y el chat, he vivido toda la jornada sentado, a miles de kilómetros de distancia. Ora acercándome al monitor para apoyar comentarios coincidentes, ora diciendo zamba canuta a tanto majadero que afirma sandeces, ora riendo como un niño por alguna semblanza pintoresca de mi país.

Todo aquel día viví la emoción de una final.  Me faltaba sólo el gorrito de tres picos y una camiseta blanquirroja, para gozar mejor el futbol, y hacer honor a mi tribuna de hoolingan electoral.

Aquel podía ser un tiempo de fiesta. Si hubiera estado en el país, seguro estaría despertándome de una quebrantada Ley Seca. Iría a votar para luego reencontrarme con los amigos que vuelven en cada elección portando su DNI, como único asidero a la querencia del barrio, del que ya hace tiempo migraron. Pero estoy lejos, de manera que he tenido que conformarme con mirarlo todo desde la ventana.

El domingo 10 de abril, aunque las charlas con los amigos ya me daban imágenes previas del final -esperando sabe dios qué milagro-, minutos antes del flash, la ansiedad se apoderó de mi. Finalmente se confirmaron mis sospechas y todo aquello, que ya me hacía mala ceja y ensombrecía mis calurosas horas en Santa Cruz de la Sierra, se vino entero sobre mí.

Después de aquella noche de proyecciones a boca de urna y resultados porcentuales, tengo varias noches sentado frente a mi eterna hoja en blanco. Los ojos muy abiertos y adentro, en el espacio del interior, allá donde está la tele de la vida, corriendo la cinta del flashback de una historia que empezó hace más de veinte años.

Un mito violento que no me deja dormir: los ríos de sangre, el éxodo de las ranas, las nubes de mosquitos y langostas, la lluvia de fuego, la muerte de los primogénitos y todas las plagas, me desvelan y luego me despiertan sudando por las noches.

desaparecidosdesantafamiliares2Hace días quiero escribir sobre una memoria que me lastima y que es preciso desbordarla ahora.

Podrán decir que no tiene relación y que es una muy exigida referencia. Pero en estos momentos en que se decide el voto de definiciones de la Segunda Vuelta, creo que es prudente un ejercicio de la memoria.

Hay algo que les quiero contar. Este 2 de mayo se cumplirán 19 años de una sorprendente visita matinal, que tuve en mi casa del distrito de Santa, en la Urbanización Javier Heraud.

No eran las siete de la mañana aún cuando me avisó mamá que me esperaba alguien en la sala. Era Don Jorge Noriega Cardozo, vecino de mi barrio y viejo conocido por su experiencia como líder y sus composiciones musicales, había venido a verme y estaba desesperado.

“Usted que es periodista tiene que saber esto”- me dijo. “Esta madrugada hubo una batida de la policía y se han llevado a mi hijo Jesús. Él no es el único detenido, en la puerta de la comisaría me he encontrado con otras personas de San Carlos y La Huaca.

Hemos preguntado por nuestros familiares y no nos dieron razón. Nos dijeron que tal vez los llevaron a Chimbote. Hemos ido a la Policía de Chimbote y tampoco nos dicen nada. Hemos ido a la Base Naval y nadie sabe nada. Ya no sabemos a quién acudir, para que nos devuelvan a nuestros hijos”.

Mis primeros años de comunicador, en Cecopros Santo Domingo, me habían ayudado a conocer cosas nuevas para la vida. En relación a la violencia, yo tenía referencia de ella. La había conocido de cerca en paros y manifestaciones.

El año 1991, en un paro campesino, la represión había matado a un campesino del pueblo de Rinconada llamado Santos Ríos Chapilliquen.

Ese mismo año, durante una huelga de trabajadores de Siderperú, fui testigo de una balacera de las Fuerzas Armadas contra los manifestantes, con un saldo de varios heridos. Había participado horas y horas de la pasión y muerte del apóstol Sandro Dordi, párroco de Santa.

En todo ese tiempo, ya había saboreado a viva lágrima el gas lacrimógeno, había recibido la penitencia de la macana policial que, cuando llueve todos se mojan y no hay carnet de prensa que valga. Ya tenía relación de ese monstruo, pero aquella mañana lo sentí como en mi propia carne.

En estos días, los recuerdos de aquella mañana se han repetido con frecuencia en mi memoria. El 2 de mayo de 1992, empezó para mí una  historia de la que antes había leído tan sólo el prólogo.

Seguí de cerca a las familias, participé de la comisión x, que por años tuvimos en el Diario  El Tiempo de Chimbote, junto a Luchito Romero. Pude acompañar a varias comisiones de periodistas que iban tras un reportaje, como aquel que 9 años después realizó el desaparecido y valiente Bruno de Olazabal.

Hay una imagen que se me ha quedado grabada en la memoria. Una tarde fuimos a la casa de Don Chinito Castillo, padredesaparecidosdesantafamiliares de uno de los desaparecidos. El equipo de reporteros de un canal de tv nacional le pidió una fotografía de su hijo y la respuesta fue demoledora. “En todos estos años, todo el mundo nos ha pedido fotos de mi hijo y ya no tenemos ninguna, ni para nuestros recuerdos”. Será tal vez así que hemos también desaparecido la fotografía de nuestro país en tiempos de la violencia y ya por eso lo hemos olvidado.

Las historias de los desaparecidos del Perú se parecen todas. Los autores son siempre los mismos. ¿Serán tal vez los potros de bárbaros atilas, o los heraldos negros que nos manda la muerte?  Será esa peruana costumbre de echarlo todo al olvido y no recordar el vía crucis de los hijos de la violencia. Hemos tal vez olvidado que tenemos que cerrar el cráter de la bomba y ponerle nombre a tantas cruces y borrar de las personas la horrible cicatriz que hoy día lucen.

Para un país, es seguro que la memoria se hace imprescindible cuando aparecen resultados electorales que nos dan de bofetadas. Que nos indican que no aprendimos nada. Una absoluta falta de respeto al recuerdo de, no una, si no muchas muertes, que enlutaron a nuestro país y nos hicieron a cada uno de nosotros protagonistas del terror y el odio, de la desesperación y el caos.

Para nuestro país que aún tiene perros de hortelano, cholos, indios y provincianos, niños y niñas invisibles, diezmos, corruptos como institución, libres a asesinos de lesa humanidad.

Para nuestro país que aún tiene las grietas profundas de la injusticia y los contrastes de la marginalidad. Para nuestro país que quiere crecer y tiene esperanza, es necesario que no olvide que el terror no debe volver jamás.

desaparecidosdesantaQue ese dolor está representado también en el hecho del secuestro y desaparición  de Carlos Alberto Barrientos Velásquez, Roberto Barrientos Velásquez, Denis Atilio Castillo Chávez, Federico Coquis Velásquez, Gilmer Ramiro León Velásquez, Pedro Pablo López Gonzáles, Jesús Manfredo Noriega Ríos, Carlos Martín Tarazona More y Jorge Luis Tarazona More, cuyas familias hasta hoy no han tenido paz, ni justicia.

Días antes de volver a las urnas nuestro país debe retomar ese camino que unió a todos los peruanos hacia el fin de la dictadura fujimorista  y nos hizo soñar con algo que se reunía en aquella histórica frase de Valentín Paniagua, que dijo sentirse Firme y Feliz por el Perú. Sólo una esperanza como esa podrá hacernos pasar cruzar con mejor pie, el mar rojo de esta larga Pascua.