Creo en la Buena Nueva de la beatificación

Chimbote en Línea.- (Por: P. Matías Siebenaller) La celebración de la beatificación de nuestros mártires Miguel, Zbigniew y Sandro el 5 de diciembre es fecha importante y ojalá siempre memorable para nosotros.  Existe, sin embargo, la tentación de vivir esa fiesta vaciándola de su honda significación.

Hoy, preguntémonos:”¿Por qué la beatificación de nuestros mártires es una Buena Nueva? ¿Con qué actitudes responder al don que la Iglesia nos hace en la beatificación de los misioneros asesinados en julio de 1991? ¿Cómo la beatificación puede influir en nuestra manera de orar y de hacer pastoral?

¡Busquemos algunas respuestas!

1. “Jesucristo descendió a los infiernos”

Buenos conocedores de los 20 años de conflicto armado interno en el Perú (1980-2000) califican el período 89-92 como el más duro y feroz.  La subversión en estos años enarbola pretensiones de alcanzar el equilibrio estratégico, la violencia se orientaba más a eliminaciones selectivas y atentados sumamente cruentos e indiscriminados en grande ciudades.

Entre las muchas víctimas de la violencia insana de estos años están Miguel, Zbigniew y Sandro.  Ellos son asesinados como lo son miles de personas durante estos años en el Perú.  Gran parte de estas muertes son de gente muy humilde y pobre, arrancada de su quehacer y deber diario.  Debemos mirar la vida y la muerte de nuestros mártires en comunión con los muchos “que vienen de la gran tribulación y que han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero” (Cf. Ap 7).

Jesús, que desciende por su misterio pascual a nuestros infiernos, los de todos los lugares y tiempos, envuelve con su gracia cada vida humana y le ofrece el don de la salvación.  También de esta esperanza son testigos Miguel, Zbigniew y Sandro. Es importante recordarlo en estos tiempos de violencia inaudita contra cristianos por el fanatismo religioso y político. 

2. Eran fieles a su vocación

El Padre Sandro era un hombre maduro, un misionero de mucha experiencia, una personalidad definida y decidida. Tuvo tiempo para madurar su vocación y templarla venciendo muchos obstáculos.  Irradiaba alegría de fondo, amaba su vocación y la practicaba con gratitud a Dios y a mucha gente.  Sabía que su vida corría peligro, tenía miedo, pero seguía arando y sembrando. 

Los Padres Miguel y Zbigniew eran vidas jóvenes, misioneros en sus “primeros amores”.   Ni siquiera podían conocer a fondo la tierra que pisaban y la realidad dura que les envolvía y amenazaba.  Habían obedecido a un llamado, habían osado su éxodo, se habían dejado acoger por la gente de Pariacoto y les habían acogido; estaban dando los primeros pasos para ser el bien…Sus últimas horas se llenan de la entrega indefensa y de la radical no violencia del Siervo de Yavé,  evocado en el Libro de Isaías y encarnado en la pasión y muerte de Jesús.

Es importante que aceptemos y amemos nuestra vocación.  Una vocación única es inherente a todo ser humano que no puede ser él mismo y ser feliz sino cumpliendo con su vocación.  Entre nosotros hay las y los que han recibido y aceptado la vocación de servir en la Iglesia el reino de Dios.  La fidelidad de Miguel, Zbigniew y Sandro a su vocación debe impactar en nuestras vidas, llamarnos a regresar a nuestros “primeros amores”, a deshacernos de toda mediocridad e incoherencia, a perseverar, a “dar gratuitamente lo que gratuitamente hemos recibido” (Mt.10,8).  La beatificación implica el reconocimiento solemne por la Iglesia de la fidelidad de nuestros mártires a su vocación.  ¿Cómo celebrarla sino abrazando con mayor fidelidad y alegría nuestra propia vocación?

3. Vidas misioneras según Papa Francisco

Ahora empiezan a circular entre nosotros fotos, videos y anécdotas de la vida de nuestros mártires en Pariacoto y en Santa.  Estos recuerdos me conectan con las características que el Papa Francisco asigna a una “Iglesia en salida”, a una Iglesia misionera (Cf.EG 24).

Había en la vida de Sandro, Miguel y Zbigniew un afán de “primerear”, de responder a ese Dios que nos amó primero y tomar iniciativas creativas para anunciar el Evangelio en las encrucijadas de la realidad. 

El martirio de estos misioneros es prueba de vidas involucradas en su tiempo y circunstancias.  “La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (EG 24).

Sandro, durante 11 años, Miguel y Zbigniew, con la ilusión de enamorados de su pueblo, acompañaban con paciencia, compasión y solidaridad las comunidades de sus parroquias. 

Corrían los riesgos y los sacrificios del sembrador y de la semilla antes de fructificar.  “El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio, como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. (EG 24).

Quedan las muchas fotos y los testimonios de mucha gente que muestran a nuestros mártires festejando con la gente pequeños y grandes momentos en el camino de la evangelización. 

No puede ser que la beatificación no nos haga más misioneros.

4. “Creo en la Iglesia Santa”

La Iglesia es santa porque se origina, radica y renace en la gracia de Dios.  Pero no se puede anunciar y creer la santidad de Dios y de su Iglesia, si no se verifica en nuestra historia y realidad.  La Iglesia, al beatificar y canonizar a ciertos fieles, reconoce que en la vida de estos fieles se ha manifestado la fidelidad a la gracia de Dios y se ha practicado el seguimiento de Jesús. “Por lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella misma ofrece a Dios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación” (Lumen Gentium 49).  “Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en la circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia, (Christifideles Laici 17). 

“Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con constancia la carrera que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe” (Hb 12,1-2ª).

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