“Sol nocturno” de Roger Torres Velásquez

Chimbote en Línea.- (Por: Ricardo Ayllón)  Importante hallazgo este “Sol nocturno” (Compatriotas en el extranjero, 2015) de Roger Torres Velásquez, a quien conocíamos (en lo personal) como declamador, y quien se nos presenta en este libro como un creador verbal cuyo oficio parece sostenerse en una interesante base vivencial. Por ello, conozcamos primero al poeta. Torres Velásquez es natural de la provincia de Pataz (La Libertad), donde nació en 1959; ha vivido en Chimbote desde la niñez e hizo en el puerto su labor artística como declamador, actor y profesor de oratoria; ha publicado algunos opúsculos de poesía, pero el libro que comentamos ahora constituye su primer volumen importante.

Pues bien, ¿qué encontramos en “Sol nocturno”? Si nos basamos en la naturaleza contradictoria del título, es posible desarrollar una línea similar en buena parte del contenido, donde la felicidad (el sol) parece ser la excepción de una vida difícil y tortuosa (nocturna), lo cual deja entrever el poeta a lo largo de los textos, tal vez desde el primer poema: “Mi risa huye como un ladrón / no hay manera de atraparla / corro detrás de ella cincuenta años.  / (…) mis labios como pellejos resecos / se pierden en las venas sombrías / de mi paladar enjaulado” (“Risa vagabunda”, p. 11).

Esta característica es una constante en la mayoría de poemas, donde hallamos al yo poético plasmando su condición, su calidad emocional, desde diversas aristas: desde lo humano, desde lo escritural y desde lo sentimental, y todo, con una conciencia crítica digna de un creador que –como ya hemos señalado– lo consigue sosteniéndose sin duda en su base vivencial.

Así, resultan inquietantes versos como estos donde las imágenes colisionan y vibran llenas de sensibilidad: “humana es la piedra que anda en mi zapato / humana es la espuma y el terciopelo de tu boca / y humano el sepulcro que me espera cantando” (“Humanidad”, p. 22), “mi cabeza una isla ciega que camina / con la música nocturna de los canarios del alba / (…) ¡Qué divertido sacrificio ahora que canto!” (“El piojo vagabundo”, p. 24); o estos, donde la condición escritural es desahogo pero también sensatez: “me veo a mí mismo en la poesía / no escribo para el gusto de los eruditos / sino para que descanse mi cerebro” (“Hallazgo del ser”, p. 25), “El poeta morirá preso / y sabe que no tiene asunto que valga, / apenas el fatigado corazón, / apenas un arrugado trapo / que le cubre la intimidad” (“El poeta”, p. 36).

Y en el ánimo de desnudarse a partir de las imágenes creadas en su propia definición, esta suerte de homenaje a Walt Whitman es un hermoso guiño al lector: “Me congratulo y me adoro / me doy gracias por creer en mí / como agua viva bajada del cielo” (p. 33), estos versos son el inicio del poema “Soy infinito” que vale la pena leerlo completo, paladearlo y, a partir de él, entender mejor los contrastes de un espíritu como el de Torres Velásquez que ha hallado la redención y el sacrificio en la poesía; pero que a la vez define lo suyo con orgullo del modo siguiente: “me gusta oír lo que mi cuerpo responde / cuando penetro en lo más íntimo de mi corazón / y me vuelvo hijo de bondad, hijo de amor”.

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