Chimbote: la incompetencia y sus resultados
(Por: Germán Torres Cobián) Cuando uno insiste en criticar los desaciertos y la corrupción practicados en las instituciones públicas y privadas de nuestro puerto, corre el riesgo de ganarse más enemigos. Con la potestad de ejercer el librepensamiento y la crítica, uno genera mayor animosidad entre los corruptos. Sin embargo, dado que vivimos inmersos en una sociedad indolente que no mide las causas y las consecuencias de las acciones de las autoridades, es preciso revelar continuamente a quienes de verdad se sienten chimbotanos, las insensateces que cometen quienes poseen los recursos económicos y el poder para hacer y deshacer en esta ciudad.
Y hay que insistir en ello dado que no se puede dejar pasar los disparates en los que incurren los funcionarios ediles, policiales y judiciales que tienen responsabilidad en la buena marcha de la ciudad. Porque los resultados de sus acciones incompetentes se traducen en el caos incesante, en la inseguridad ciudadana, en las obras mal ejecutadas y en un sinnúmero de despropósitos que se pueden contemplar cotidianamente en nuestras calles.
Y la vecindad, excepto algunos conatos de protesta, se comporta con la misma actitud de aquel que espera que llueva estando el cielo despejado. Por ejemplo, casi nadie relaciona el caos vehicular con los permisos de circulación que otorga sin ningún criterio de racionalidad, la gerencia de Transportes de la MPS; muy pocos asocian la incompetencia y corrupción del gerente de Obras de la Comuna, con el alucinante estado de la ciudad y la imposibilidad de llevar en ellas una vida normal; casi nadie deduce que la proliferación de chicherías, burdeles disfrazados de bares, cevicherías inmundas, etc., se debe a la inoperancia de los funcionarios municipales de Comercialización.
Hay muchas otras cosas que extrañamente no se asocian: el inicio de las relaciones sexuales en las chicas a partir de los doce años, los embarazos precoces, las violaciones, la proliferación de vagos en los suburbios, el crecimiento de la prostitución, delincuencia, la desnutrición y el hambre de los niños, que no se asocian, repito, con el fomento de las invasiones de terrenos, la tugurización, promiscuidad, hacinamiento y explosión demográfica que se produce en las infra viviendas que se instalan en las áreas invadidas.
A partir del día en que el primer alcalde aprista, el chiclayano Guillermo Balcázar, con una botella de whisky en la mano, declaró a Chimbote “tierra de nadie”, miles de inmigrantes de todo el Perú tomaron por asalto las calles porteñas y montaron cientos de puestos ambulantes convirtiéndolos en lugares perennes y guarida de delincuentes.
Hubo una época en que se erradicó estos cuchitriles, pero hoy podemos observar que una nueva oleada de gente sin empleo fijo está ocupando nuevamente el Casco Urbano. En la misma línea de disparates, es deplorable el pésimo uso que se le está dando a la cuadra más céntrica de la avenida Pardo.
Hace algunos años, la Asociación Cívica Chimbotana presidida por Juan Armijo, hizo algunos arreglos en el espacio central para convertirla en un Paseo Cultural; sin embargo, en un acto de perversión sin precedentes por parte del alcalde de la MPS contra la población porteña, tal paseo se ha transformado en un mercadillo con más de 70 negocios donde se expenden juguetes, combinados y golosinas; donde unas jóvenes dan masajes a una clientela caliente, un brujo hace curas “milagrosas”, y se hace cualquier cosa, menos lo que pudiera identificar a esos puestos como un mercado de artesanos, tal y cual reza un letrero colocado a la entrada de ese comercio. ¿Hasta cuándo van a permanecer allí esos mercachifles?
Todo este estado de cosas ha propiciado que Chimbote se haya convertido en una ciudad donde no se puede vivir, una urbe que saca de quicio a sus moradores y que sólo recibe como visitantes en las tradicionales Fiestas de San Pedrito a parranderos sin fronteras que se conforman con una semana de borrachera, cumbiamba en el malecón Grau y prostitución nocturna en la avenida Pardo, todo en un “paquete turístico” que les cuesta cuatro soles; paralelamente, la ineptitud de las autoridades en materia de seguridad ciudadana hace que los ladrones espanten a turistas decentes asaltándoles o robándoles sus equipajes.
Ante todo este cúmulo de desatinos, las autoridades municipales, policiales y judiciales son los primeros interesados en que no se asocie su incompetencia con el desbarajuste que se vive en el puerto.