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El verano y los ojos dormidos del invierno

Chimbote en Línea (Por: Víctor Pasco) El verano pasa lentamente, frente a mis ojos se diluyen días y noches, rostros y voces. Parado en la ventana que da a la calle mantengo mi posición vigilante; soy un gato al asecho de la luna menguante en el cielo de  invierno.

Alguna vez disfruté del verano, hubo un tiempo en que toleraba todos los requisitos que este ente me exigía. Ya mucho de aquello, tanto tiempo como para crear otra vida y darle otro sentido a este show macabro.

Pero este viejo amigo que viste ligero y camina como extranjero en las calles desnudas a las ocho de la mañana, me guardaba un regalo, me tenía un sorpresa como premio por haber aguantado más de lo que todos creían que aguantaría.
Pero no estaba el sol de brazos extendidos ni con ojos de perro rabioso. Estaba manso, frío, dejaba caer lluvia y me invita a entrar al lugar donde me esperaba Taga.

Ella no estaba ahí para recibirme, estaba esperándome también. Ambos habíamos estado esperando por años que el gran cambio al fin suceda, pero todos fueron falsos encuentros, pruebas fallidas. Hasta aquella tarde en la que, al ver su expresión al verme llegar, entendí que el día había llegado.

Pasamos los días sin ver a nadie, perdiéndonos en las calles, parándonos a observar detalles que la gente simplemente deja pasar o para tomar un café en lugares a los que nunca habíamos entrado. Tal vez fue el gemelo bueno del verano el que nos juntó por casualidad aquella tarde. O quizá, simplemente, debía ocurrir.

Ahora camino en una ciudad tan grande que hay lugares a los que nunca llegaré, ni siquiera puedo imaginar cómo es todo en aquellos lugares sin nombre, pero me concentro en mi porción de acera, en mi metro cuadrado.

Hace un par de días hubo luna, quise creer que el invierno estaba próximo. Mi cuerpo no está hecho para climas como este. Ni siquiera mi alma. Taga dice que pronto nos veremos, que habrá valido la pena el haber subido a un bus, creyendo que todo cambiaría para bien. Yo le creo, me abrazo a sus palabras. Las coloco en mi espalda y las concierto en mi paracaídas.

Levanto la cabeza y miro el semáforo en rojo. Me detengo y pienso en dónde estoy. Redirijo mi camino mientras oigo la cumbia triste; todos estamos aquí para cumplir una misión...y creo que me ha llegado la hora, debo ponerme el abrigo porque el camino es largo y frío y no debo olvidar el lapicero, iré dejando noticias de mi peregrinaje,  a donde sea que me lleve, sobreviviré, como siempre lo he hecho.