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No terminan de inventar Chimbote (Por: Eduardo González Viaña)

Chimbote en Línea (Por: Eduardo González Viaña)  Invitado por la Universidad Nacional del Santa, viajé hace nos días a Chimbote, pero no encontré esa vieja ciudad. En vez de ella, descubrí Nuevo Chimbote. Esta nota trata de esa urbe y del sorprendente mundo cultural que vive allí.

Lo primero que me sorprendió fue el gigantesco auditorio que la casa de estudios acaba de inaugurar. Es uno de los más grandes de América del Sur y está dotado de los más modernos sistemas de iluminación y de comunicaciones. Hay allí unos 700 asientos, y lo primero que me preocupó fue pensar qué iba a hacer para llenarlos. Le pregunté a América Odar Rosario, la rectora, la razón de haber edificado ese gigante. Y me respondió:

-Chimbote se lo merece.

Al igual que esa construcción, se recorta otra tan impresionante como ella contra el candente cielo del desierto norteño.

Es la catedral. En la Plaza Mayor, como si fuera la mitad del mundo, se alza ahora una catedral que los neochimbotanos inventaron. Cubre 2 mil metros cuadrados y está diseñada para recibir a más de mil 600 personas.

Lo increíble es que ese gigante ha sido trabajado por campesinos que hasta entonces solamente habían hecho primorosas iglesitas de barro. Desde Chacas, allá en las alturas, vinieron a estas arenas calientes y aquí permanecieron 6 años cincelando contra los cielos costeños lo que habían soñado en su tierra.

El arquitecto italiano Angelo Raimondi hizo el diseño, y como ocurre en todos los milagros, una noche se prendieron todas las luces del desierto y de repente apareció la Catedral Virgen del Carmen y de San Pedro.

No existía más el muelle que contemplara los pasos marciales y bestiales de la invasión chilena de Lynch. La magia de la Isla Blanca prefería ocultarse tras de la neblina. Y sin embargo, los chimbotanos inventaron esta nueva ciudad, y ahora me reciben en cafecitos de tipo parisino, en amplias rotondas y en auditorios que todavía no sé si lograré vencer.

Allí, a 460 kilómetros de Lima, imaginé a Arguedas escribiendo en Chimbote su novela “El zorro de arriba y el zorro de abajo” y al profeta Gustavo Gutiérrez terminando su “Teología de la Liberación”. Allí me volví a encontrar con el ilustrador Richard Ibarra y a su lado con Augusto Rubio Acosta, escritor y periodista, ex director de “La Industria” de Chiclayo dedicado desde siempre al fomento de la identidad, de las letras y de la cultura de su tierra, algo que él y su grupo han denominado “La resistencia”

Estar en Chimbote significó para mí leer la novela “El diluvio de Rosaura Albina” de Luis Fernando Cueto. Es de una prosa tan bella que me hizo imaginar que es necesario ser un hombre del desierto para escribir así y descubrir en medio de la nada, las letras y los sueños.

Significó recordar a Juan Ojeda, el navegante poético más brillante y a la vez oscuro que haya dado el Perú. Dialogué con Víctor Unyén, investigador histórico, leyenda viva del proceso cultural de este puerto. Por fin, evoqué la memoria de Marco Cueva, líder en su momento del Grupo Literario Isla Blanca, quien siempre me acogió en su casa las veces que vine a presentar mis libros por acá. Y por cierto recordé a Jaime Guzmán, quijote chimbotano, pionero del plan lector nacional, enfebrecido lector y editor portuario.

En la época en que todo se concentraba en la vieja ciudad, fueron ellos los que perseveraron que aquella leyera, y eso era difícil. El auge de la pesca y el desastre de la contaminación la habían convertido en una tienda inmensa y fea en la que nadie podía pensar en algo más que en ganar dinero. Tan horrible como las noticias de la corrupción que se han dado recientemente allí.

Pero ahora todo parece comenzar a cambiar. Las calles, las plazas, los edificios universitarios, la catedral: todo en Nuevo Chimbote es gigantesco. No quisieron hacer una reingeniería de la vieja ciudad. Se dedicaron edificar otra a unos kilómetros hacia el sur, y no terminarán nunca como suele ocurrir cuando uno aplasta el pasado y construye esperanzas.