Reflexión del Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana en el Sínodo de Roma

Chimbote en Línea.- 1. El Papa Francisco dijo: “Quisiera señalar a los jóvenes, ellos son el presente más vital que posee esta sociedad; con su dinamismo y entusiasmo, prometen e invitan a soñar un futuro esperanzador, que nace del encuentro entre la cumbre de la sabiduría ancestral y los ojos nuevos que brinda la juventud”; y como dice el profeta Joel 3,1: “los sueños de los ancianos y las profecías de los jóvenes ocurren solo juntos” y solo así, se confirma la bondad de las alianzas intergeneracionales (IL, 81).

2. En estos días, la diversidad de reflexiones se hace presente, pero nos une el testimonio de Jesús. Él nos necesita. Estamos aquí para escucharnos el uno al otro, en este mundo que cada vez parece más pequeño. Sin embargo, aunque el escuchar es sumamente importante, porque “en el mundo contemporáneo el tiempo dedicado a escuchar, nunca es tiempo perdido”, pero hay que salir a actuar decididamente. Como dice San Juan: “No amemos de Palabra y con la boca, sino con obras y la verdad” (1Jn 3,18). Tengamos en cuenta, por ejemplo, la migración, algunas de ellas forzadas, la trata de personas, la violencia juvenil y el cuidado de la naturaleza.

3. Discernir en la situación actual significa percibir la profundidad más allá de la coyuntura, lo que hiere a nuestros ojos y a nuestros corazones, pues no es normal todavía hoy, que exista hambre en una gran parte de la humanidad. Se impone así un gran esfuerzo por forjar un mundo humano, ante un individualismo exacerbado y prepotente que solo aconseja que pensemos en nosotros mismos.

4. Este discernimiento, nos hará ver en la situación actual de la humanidad y de la juventud, lo que nos toca hacer en tanto personas convencidas de que la justicia social y el respeto a los derechos humanos son indispensables en una sociedad equitativa e integral. Urge consolidar una cultura de la vida, vale decir, una actitud global que no deje resquicio a una voluntad de muerte, abierta o disfrazada.

5. Podemos decir que no hay dos historias, la profana y la sagrada, sino una sola. Se trata de una visión integral del reino de Dios y el fundamento de esa unidad es la encarnación de Cristo, cuyo objetivo es el diálogo con la humanidad.

6. En la historia humana no hay leyes ineluctables (determinismo), ella está hecha de opciones libres; no olvidemos que el futuro no llega si no se forja con las manos, la mente y el corazón. Tener esperanza no significa solo esperar, convoca a construir motivos de esperanza. Por eso, el apóstol Pedro dice: “Cristo en sus corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo lo que les pida razón de su esperanza” (1Pe 3,15).

7. Pero también la esperanza depende de lo que hagamos como Iglesia y de lo que haga cada uno de nosotros, ejemplo de ello, también son los pobres, los desprotegidos y los vulnerables, muchas veces jóvenes, quienes, con su testimonio de vida, trabajo y sacrificio, nos enseñan a no perder la esperanza, la fe en Dios y en los hombres.

8. Cuando Jesús se encuentra con el joven rico del evangelio, no colma un vacío, sino que le pide al joven que se despoje. Fue un llamado al riesgo, a perder lo ya adquirido, a confiar. Así es el llamado permanente de Cristo para su Iglesia.

9. La Iglesia, hoy más que nunca, debe con audacia, valentía y sin temor, enfrentar todo lo que se presenta porque “en el mundo tendrán tribulación, pero ¡ánimo! Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

Mons. Miguel Cabrejos
Arzobispo de Trujillo
Presidente de la conferencia episcopal del Perú

 

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