“Pasaje mar amarillo” o los mundos de ensueño de Eva Velásquez

Chimbote en Línea (Cultural) ¿Cuánto hay de los orígenes de Eva Velásquez en este libro llevado por la imaginación? ¿Cuánto de sus raíces andinas, de esa Pataz (en el departamento de La Libertad) de donde fueron sus abuelos maternos, cuánto de aquel Chimbote donde Eva se formó para la vida?

Pero hacerme estas preguntas es tan solo asomarme por una de las múltiples aristas que el lector tiene para analizar las propiedades de su reciente libro de cuentos “Pasaje mar amarillo” (Arteidea, 2013). Y sin embargo empiezo con estas preguntas porque conozco parte de los inicios creativos de Eva Velásquez y sé que sus primeras aficiones literarias proceden de ese Chimbote de donde somos ella y yo, y donde aprendió a saberse artista y escritora llevada por aquel torrente sanguineo que comparten también otros miembros de su familia.

Por esta razón, imagino, inicia este libro recurriendo a Pataz en el primer cuento; luego, en el segundo, se traslada a Chimbote, mientras que en el tercero, a pesar de que los hechos se desarollan también en Chimbote, hay una reminiscencia de las faenas mineras en Pataz; y luego, en el cuarto texto, una vez más Chimbote como escenario de fabulación para coronar una primera parte.

En estas primeras cuatro historias hay sin lugar a dudas mucho de una autora (habitante actual de Lima) entregada a sus raíces, dispuesta es cierto a abrirnos las puertas de un libro pleno de imaginación con la propuesta inicial de ofrecer leyendas, mitos y orígenes concebidos por ella misma, pero con la presencia permanente del paisaje provinciano, de las playas chimbotanas, de divinidades andino-costeñas como Tutaykire, y de algunos otros seres mágicos (como duendes y luciérnagas) que le ayudan a sostener un hilo narrativo donde consigo verla muy nostálgica de su niñez.

Para ello se apoya en una suerte de alternancia del mundo real (como aquel Chimbote necesitado de justicia social que ella conoció de niña) con el imaginario, así como de personajes que son casi en su mayoría niños y niñas cuyo ensueño en sus temperamentos resulta una generalidad; pues solo de este modo, anhelando y siendo parte de mundos alternativos o paralelos –donde la armonía juega con el tiempo (otro ingrediente importante en estas historias)–, se encuentran con el final feliz.

Esto también es posible en el segundo grupo de cuentos (compuesto por “Pasaje Mar Amarillo” y “El gato Edward”), donde el espacio se amplifica y la autora sitúa a sus personajes en Lima, llevándolos inclusive hacia ámbitos universales (como Egipto), o los introduce en espacios de ficción que solo existen al interior de libros u obras pictóricas. Siento que en este segundo grupo la autora se desborda en su capacidad imaginativa y aquí ya nada parece tener medida: si en el primer grupo los seres humanos hablan y coexisten con personajes aun con forma humana (como duendes y personajes divinos venidos de otras épocas; a excepción de unas botas parlantes); en este segundo grupo de cuentos hallamos flores que adivinan el futuro, un gato escritor, y espacios –como ya dije– que no tienen un lugar en nuestro sistema lógico de cosas, inclusive unos donde el tiempo ha roto su sensatez y los días de la semana mudan de forma caótica.

En el último par de historias (“Un día con dios” y “El regreso”) estamos ante dos protagonistas mujeres que ya han dejado de ser niñas y su condición es la de dos sujetos reflexivos, experimentando situaciones en las que deben enfrentar las grandes preguntas y situaciones de la vida. Una de ellas conversa con el mismo Cristo para ingresar en temas relacionados con lo divino; mientras que el último cuento, que al principio parecía tener un sustento netamente realista, nos pone frente a una joven conviviendo con un luchador social, y, no obstante, termina enfrentando un mundo de ensueños donde queda atrapada para siempre.

Es decir, ocurre con este personaje (llamado Clara) casi lo mismo que con la niña (Eliana) del primer cuento: quedarse atrapada en otra dimensión. Con estos dos cuentos de características similares, la autora parece querer cerrar el círculo narrativo del conjunto, pero también con la peculiaridad de ser dos personajes mujeres que –pese a vivir edades distintas– son plausibles de vivir el mismo destino.

En esta parte quiero hacer una infidencia, dar un testimonio: conozco a Eva Velásquez de muchos años, y nunca olvidaré la particular conversación que sostuve con ella hace unos años. Mientras hablábamos de lo difícil que es permanecer en esta realidad saturada de injusticias, ignominia, violencia, guerras, enfermedades, traiciones, etc., ella –recuerdo claramente– me reveló: “Por eso, Ricardo, yo prefiero mantenerme más en mi mundo de ensueños, en ese otro mundo de fantasía donde me siento más cómoda”. Estoy citando de memoria, no puedo decir si sus palabras fueron exactamente así, pero es casi en esencia lo que ella me confesó.

Siento que este libro, “Pasaje mar amarillo”, es el resultado de aquellas palabras, de aquella decisión; siento que los personajes mujeres de estos cuentos y relatos encerrados para siempre en universos de ensueño son la prolongación, son una suerte de alter ego de la Eva de la vida real.

Y, estoy seguro ahora, ese su mundo de ilusiones tiene la medida de las playas de su infancia, de las flores que ella tanto ama, de los duendes que sostienen su esperanza de un mundo mejor, y de un tiempo que retrocede y avanza, pero avanza solo para volver a retroceder; es decir de ese tiempo sin fin que nos ofrece la imaginación cuando es contenida por la literatura: la única forma que tiene el escritor de erigir sus anhelos, su fe y aquellos principios que le permiten mantener la fe en esta vida y en este azaroso planeta que todos los días se empeña en habitar. (Por: Ricardo Ayllón) 
 

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