Son los pobres y débiles los más dispuestos a compartir. Ordena que la gente se siente en la hierba, tomó el pan, da gracias a Dios y lo repartió entre la gente (v. 10-11). Hermosa lección para nosotros, cuando nos reunimos para celebrar la eucaristía, hacer nuestro lo que Jesús hizo. Él es el Pan de vida, que se nos da en alimento, que sacia nuestra hambre de pan, creando condiciones de vida más dignas, que nace precisamente de ese espíritu nuevo que infunde en sus discípulos, que la acción de gracias va unida al compartir, en el gesto solidario que brota del reconocimiento que
Dios no quiere diferencia entre las personas, sino que a todos ama libremente. En ese gesto de compartir quiere enseñarnos que no hay común unión con Dios, si no amamos de corazón y con obras a nuestros hermanos.
Jesús intuye que la gente quiere proclamarlo rey y se retiró solo a la montaña (v.15). El peligro es buscar hoy a los falsos mesías que prometen y no cumplen, o buscar sólo soluciones del momento a los problemas, sin pensar en el futuro de las generaciones ni del bienestar de todos. Jesús nos invita a mirar más lejos, desde el interior de la persona, a tener una visión nueva del mundo y cómo quisiéramos que fuera ese mundo para los demás.
San Pablo nos recuerda vivir de acuerdo a nuestra vocación cristiana (Ef 4,1-6) siendo humildes, amables, comprensivos, tolerantes. Esforcémonos por vivir la unidad como Jesús lo quiere. Es en el diálogo y no en la imposición, donde reconocemos que el Espíritu de Dios está en medio de nosotros, pues confesamos a un solo Señor, una fe y un bautismo. Y en un solo Padre que ama y quiere la vida para todos. Construir una Patria libre es preocuparnos porque el pan del amor y del respeto por todo ser humano, sea una realidad. Educar en la libertad hará posible que las distancias y diferencias disminuyan para dar paso a un corazón y una mente nueva que transforme nuestros egoísmos en obras de amor y confianza.