Chimbote en Línea (Por: Fray Héctor Herrera OP) Este niño que hemos recordado en este tiempo de Navidad, ha ido creciendo como nosotros. Va hacia el río Jordán para ser bautizado por Juan.
El bautismo de Juan es un llamado a la conversión, al cambio de vida. Jesús se siente solidario con nuestra humanidad pecadora y le pide el bautismo a Juan. Este se niega: “¿Soy yo quien necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Jesús le responde: “Haz lo que yo te digo, pues de este modo conviene que realicemos la justicia plena” (vv. 14-15).
La justicia plena significa la santidad: el amor a Dios y al prójimo. Es reconocer en Jesús al siervo de Yahvé, en quien se cumplen las palabras del profeta Isaías 42,1-4.6-7. “Mi siervo, mi elegido, mi preferido. El promoverá el derecho a las naciones”.
Al ser bautizado Jesús por Juan, se abre el cielo y el Padre lo reconoce como su hijo: “Este es mi Hijo querido, mi predilecto” (v.17), se explicita su misión. Jesús es ungido plenamente por el Espíritu de Dios.
Es la segunda epifanía o manifestación solemne de su identidad como el Hijo de Dios. Ha ido creciendo en edad y en sabiduría “establecido en Nazaret, para que se cumpliera lo anunciado por los profetas” (Mt 2,23). Él está llamado a cumplir la voluntad de Dios. Es la justicia de Dios “Yo el Señor, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones”(Is. 42,6).
Jesús con su bautismo, inicia su misión: restaurar e implantar la justicia. El, recibe el encargo de su Padre Dios, sabiendo que lo llevará a la muerte y al triunfo de la resurrección, “abrir los ojos a los ciegos, liberar a los cautivos de la opresión y dar luz a los que viven en tinieblas” (Is. 42,7).
Hoy también los creyentes, necesitamos concienciarnos, abrir los ojos y leer la realidad a la luz de la Palabra de Dios para ser transformados y transformar el mundo hostil, agresivo, violento, inseguro en que vivimos para vivir y dar testimonio de este Jesús en quien creemos.
Jesús asume la misión de conducir al pueblo y a la humanidad hacia una nueva vida. Cumple el plan y el proyecto de Dios para toda la humanidad que seamos salvados y liberados de toda forma de pecado que discrimina, ultraja la dignidad de la persona humana, que rompe la comunión.
Y nos abre el camino hacia una nueva realización como personas: hijos, as, de un mismo Padre Dios, como comprenderá el apóstol Pedro en el encuentro con el capitán Cornelio (Hech 10,34-38), la salvación es universal: “Verdaderamente, reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas sino que, acepta a quien lo respeta y practica la justicia, de cualquier nación que sea”(v. 34).
“Quien acepta la vida de Cristo y vive en Él reconoce a Dios como Padre y se entrega totalmente a Él, amándolo sobre todas las cosas. El hombre reconciliado ve en Dios al Padre de todos y, en consecuencia, siente el llamado a vivir una fraternidad abierta a todos.
En Cristo, el otro es aceptado y amado como hijo o hija de Dios, como hermano o hermana, no como un extraño, y menos aún como un contrincante o un enemigo” (cf. Mensaje de la Paz del Papa Francisco. Si nos dejamos guiar por su Espíritu lo amaremos y amaremos mejor a nuestros hermanos.
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