Chimbote en Línea (Cuestión de Fe).- Jesús nace en el seno de una familia de Nazaret. Sus padres José y María lo llevan al Templo, porque a los 12 años, el niño adquiría su mayoría de edad y según la Ley debe subir tres veces para las fiestas principales (Ex 23,14-17). De esto nos habla Lc. 2,41-52
Jesús como todo adolescente judío es llevado por sus padres a la fiesta de Pascua (v.41). Sus padres regresan y él se queda en Jerusalén, sin que ellos lo supieran (v.43) Sus padres vuelven a buscarlo (v.45). Lucas nos presenta el diálogo entre los doctores del templo y sus padres. A los primeros los cuestiona. Él tiene que ocuparse de las cosas de su Padre y quiere saber cómo éstos aplicaban la Ley de Dios y estaban maravillados de su inteligencia. En el encuentro con sus padres, María le dice: -Hijo ¿por qué nos ha hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
Es la realidad que pasó la sagrada familia, como la pasan hoy las familias que no encuentran a sus hijos. Jesús les dice: ¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre? (v. 49). Esta filiación entre él y su Padre Dios, nos la presenta Lucas en relación a su misión futura. Ellos no entendieron lo que les dijo (V. 50). Es en medio de las dificultades y angustias que José y María va “guardando estas cosas
en su corazón”. Es la fe de las familias de hoy que buscan en la Palabra la fuerza liberadora para una mejor comunicación entre padres e hijos. Y cómo este encuentro debe llevarnos a descubrir el amor profundo de Dios que nos invita a crecer en esa comunicación, diálogo abierto y profundo para guiar a nuestros hijos, as por el camino de la fe, de la responsabilidad y de la libertad. Sólo donde hay comunión de amor hay crecimiento de todos.
“Jesús crecía en saber, estatura y gracia delante de Dios y de los hombres” (v.52). Este lugar concreto que es la familia de Nazaret, nos enseña hoy a nuestras familias a ser ese vínculo de amor, comprensión, escucha atenta a los hijos, ayudarles a crecer libres y responsables, a darles seguridad, paz y optimismo, a cultivar su autoestima y la estima de los demás. Hoy como nos recuerda el apóstol Pablo “como elegidos de Dios, consagrados y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión, de amabilidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; sopórtense mutuamente, perdónense; si alguien tiene queja del otro..Y por encima de todo el amor que es broche de la perfección”(Col 3,12-14)
El creyente de hoy como María debemos meditar la Palabra de Jesús, como fuente de vida para comprender que nuestra misión es trabajar por los valores del respeto por la dignidad de toda persona: mujer y varón dentro de las situaciones históricas y concretas que nos toca vivir. Porque aún hay por superar el machismo que degrada la dignidad de la mujer, la violencia, el abandono moral y físico de mujeres y niños por la irresponsabilidad en la paternidad.
La familia nos recuerda Benedito XVI “tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento y las anima a potenciarse mutuamente mediante el cuidado recíproco. En concreto, la familia cristiana lleva consigo el germen del proyecto de educación de las personas según la medida del amor divino. La familia es uno de los sujetos sociales indispensables en la realización de una cultura de la paz” (46 Jornada Mundial de la Paz). (Por: Fr. Héctor Herrera, o.p.)