Chimbotenlinea.com (Por Fray Héctor Herrera OP).- Eugenio, nos dice, desde que conocí a Carmen, hemos ido creciendo en el amor. Tuvimos nuestros hijos. Siempre dialogamos y nos tratamos con mucho amor y respeto. Creo que en el centro de nuestra familia está Jesús. Y por eso hemos podido superar todas las dificultades. Somos como una sola persona y somos felices. De esta unidad y amor nos habla Jesús en el evangelio de Mc. 10,2-16.
Los fariseos lo buscan para ponerlo a prueba. Le plantean el divorcio. Se refieren al Dt. 24,1. ¿Es lícito a un hombre separase de su mujer? (v.2). Jesús los remite a la ley de Moisés. Siendo hombres duros de corazón que despreciaban a la mujer, al niño y a los pobres, Jesús nos enseña a superar todo tipo de legalismo. Porque él ha venido para perfeccionar la ley del amor y la fidelidad.
El matrimonio no se reduce a un contrato, sino nos remite al origen de la creación: “Al principio, Dios los hizo varón y mujer, y por eso abandonará el varón a su padre y a su madre y se une a su mujer y los dos son una sola carne” (vv. 6-8). Él nos recuerda la misma dignidad que tiene la mujer y el varón. Son una sola persona. Indica comunión, entrega mutua, amor que crece y que crea una nueva relación con los hijos, as. Él nos ofrece una nueva posibilidad de volver a los orígenes que Dios nos crea por amor y para amar.
Que este amor creativo, crece y madura, cuando es dialogante, cuando el uno y el otro saben escucharse, decirse. Cuando los esposos hacen de su familia una escuela de amor, confianza, respeto. Cuando ambos se ponen de acuerdo en la educación y formación de los hijos. Por eso Jesús frente al rechazo de sus discípulos frente a los niños (v. 13), nos dice: “Dejen que los niños se acerquen a mí. Porque el reino de Dios pertenece a los que son como ellos” (v. 13). ¡Cuánto amor, ternura y respeto tenemos que tener por los niños! Y son los padres los primeros educadores de la fe. Los primeros que le descubren a Jesús en sus vidas, los que los van educando en el conocimiento de la Palabra de Dios.
Y a celebrar la fiesta de la eucaristía con alegría. Son los educadores de valores. ¿Por qué, donde aprende un niño, a amar, su dignidad, sus derechos y deberes como persona? Es en el hogar.
Jesús nos descubre en la sencillez a acoger el reino de Dios, a convertirnos y creer en el Evangelio de la vida. Hoy en día la discusión planteada por los fariseos, pertenecientes a dos escuelas, la rigorista de Shamay, por la cual el varón puede despedir a su mujer por cualquier motivo de desagrado y la permisiva de Hilllel, por quemar la comida, nos interroga hoy Jesús que lo más importante es reconocer la dignidad de ambos: mujer y varón. Y que el proyecto de Dios es el amor que implica igualdad en derechos, dignidad y obligaciones.
El amor no es una relación de dominio del uno sobre el otro. Es capacidad de recrear ese amor con constancia, madurez y responsabilidad. Y esa unidad profunda que nos habla Gn 2,18-24), se refiere a construir relaciones de igualdad y complementariedad no sólo biológica, sino afectiva, sicológica, espiritual, social. Y esto es posible cuando ese amor se construye en amistad con Jesús, que es la luz que ilumina el caminar de nuestra familia. (Fr. Héctor Herrera, o.p.)