Chimbote en Línea (Cuestión de Fe).- “Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gn 4,10). No es sólo la sangre de Abel, el primer inocente asesinado, que clama a Dios, fuente y defensor de la vida” (cf. Evangelio de la Vida No. 25).
Hoy la sangre de toda persona asesinada en nuestra región de Ancash, de Perú y de cualquier parte del mundo se eleva como un clamor al Señor. La sangre de cualquier inocente, víctima de una violencia insana, como ha sido la muerte última del Alcalde de Casma, José Montalván Macedo, urge a todas las autoridades a no quedar indiferentes e impasibles ante tanta crueldad de asesinos a sueldo que ciegan la vida de cualquier persona.
Ya nadie puede estar seguro de una realidad que se vuelve cotidiana y parece que la sociedad se fuera acostumbrando, porque no llegan a buen término las investigaciones y los asesinos a sueldo, siguen libres.
El sicariato que rodea no sólo la ciudad hace que la vida de los ciudadanos se torne insegura. Ya es hora que la población exija a sus autoridades de decirles: ¡Basta de seguir permitiendo que se derrame más sangre! ¡Basta ya, de la impunidad y de la indiferencia, frente a la falta del respeto por la vida humana. La vida es un don de Dios, que nadie tiene derecho a quitarla, menos atropellar y vulnerar el derecho a la vida.
El único inocente Cristo, derramó su sangre, para que nosotros tuviéramos vida. Como nos recordaba el Papa Juan Pablo II “Es en la sangre de Cristo donde todos los hombres encuentran la fuerza para comprometerse a favor de la vida” (E.V.25). Él nos ha dado motivos de esperanza, para vencer la violencia y los poderes de la muerte y revestirnos de la justicia de Dios para crear una era de paz.
Esto exige la organización de todo el pueblo en coordinación con las autoridades, encargadas de la seguridad ciudadana, a proteger y defender la vida. Y a los asesinos se les debe dar no sólo la cadena perpetua, sino realizar trabajos en bien de la comunidad para rehacer sus vidas, así como la ayuda sicológica, de modo que estas personas se rehabiliten y redescubran que la vida es sagrada.
Todas las autoridades están llamadas a escuchar la voz de Dios, en esa sangre derramada de tantos inocentes y que clama justicia, verdad para construir una sociedad en paz. No es la hora de los lamentos, sino de la acción para escuchar la voz de Dios que nos urge con insistencia ¡Caín, Caín, ¿dónde está tu hermano? Y no podemos contestar con la soberbia e indiferencia del asesino ¿Acaso soy el guardián de mi hermano? Es la tarea de todos educar a los niños, as, jóvenes y adultos en una cultura de paz y defensa de la vida. De todos nosotros depende ese reto que tenemos entre manos: ¡Defender y amar la vida!. (Por: Fray Héctor Herrera, o.p fundador de Cecopros)