Ven al joven mensajero “vestido con túnica blanca”(v.5), quien les dice: “No tengan miedo. Uds, buscan a Jesús Nazareno, el crucificado. No está aquí, ha resucitado. Vayan ahora a decirle a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea”(v.6-7). Allí donde viven y comenzó la predicación de Jesús: la buena nueva, es de donde se extenderá por el mundo la presencia viva del resucitado.
El evangelista nos abre el camino, como hoy las comunidades cristianas vivimos ésta novedad del resucitado. La vida nueva que se concretiza en nuestra vida personal y comunitaria.
Hoy celebramos la Vigilia Pascual, que se inicia con la bendición del fuego. El Cirio Pascual representa a Cristo, Luz que vence las tinieblas del pecado y de la muerte. Con el canto del Pregón Pascual, llegamos al culmen de la liturgia de la luz.
Continúa la Liturgia de la Palabra, que nos va recordando como Dios nos ilumina con su Palabra, a través de toda nuestra historia.
Cristo resucitado, nos da una vida nueva, porque nacemos como varones y mujeres nuevos, por nuestro bautismo. Pablo nos recuerda: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó de la muerte por la acción gloriosa del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva”(Rom 6,4).
La identificación de las primeras discípulas con Cristo resucitado, les da la prisa para anunciar: Jesús vive. Ser testigos de la resurrección, es dar señales que amamos la vida, que nos dejamos mover por el Espíritu que nos da vida, fe, fortaleza, libertad para anunciar que Jesús ha vencido el egoísmo, que triunfa el amor, la fe, la esperanza solidaria que nos compromete con Cristo a vivir en serio la fraternidad.
Es un reto para toda nuestra Iglesia romper las ataduras de la muerte y del pecado personal y social, para proclamar con libertad que en Cristo se nos ha dado una nueva vida para que nos dejemos “conducir por el Espíritu de Dios y así no ser arrastrados por los bajos instintos”( Gal. 5,16).