Chimbote en Línea (Por: Fr. Héctor Herrera) 12 de diciembre de 1531, un indígena San Juan Diego, conversa con la Virgen que envié a uno de los nobles. “Porque yo soy un humilde hombrecillo, valgo muy poco, soy despreciable”. Y ella le responde: “escucha el más pequeño de mis hijos, es necesario que tú seas el que hable y que por medio de ti se haga mí querer, mi voluntad”.
Y María le dice Juanito tu tío está sano. Recoge en el cerro del Tepeyac, unas rosas y se las llevas al obispo. Y obedeciendo pone las rosas en su tilma y las deposita a los pies del obispo Don Juan de Zumárraga. Para sorpresa de todos estaba estampada la imagen de la Virgen y no le quedó al obispo que hacerle un templo. Así se produjo la evangelización de México.
Así como nos narra el evangelio de Lc. 1,39-45 que María se puso en camino a Ain Karin, para visitar a su prima Isabel. Y que en ese encuentro entre ambas mujeres, Juan, hijo de Isabel, salta de alegría en su vientre al ver la presencia del Salvador.
Y que María es proclamada como la “Bendita tu entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre (v.42). Del mismo modo María es proclamada como “Patrona de toda la América Latina (Pio X), de todas las Américas por Pio XI y Emperatriz de las Américas” (Pio XII). Me gusta la proclamación del beato Juan XXIII, quien la llama “La Misionera Celeste del Nuevo Mundo y Madre de las Américas”.
Con esa intuición que le caracterizaba a Juan XXIII, tenemos que reflexionar sobre la disponibilidad para la misión como discípulos misioneros. María es misionera, porque comparte la fe, la esperanza y la alegría del Salvador del mundo.
Y en ella, recupera la mujer su dignidad. Y nos enseña a los creyentes a ser los continuos mensajeros de Jesús que habita en el mundo de los sencillos y de los pobres, que ponen su confianza en el Dios que sigue haciendo maravillas y derribando a los soberbios, para descubrirnos que los pobres nos evangelizan y nos enseñan con su sabiduría a reconocer la presencia de un Dios tan cercano, sencillo y que sale a nuestro encuentro.
Quiero agradecerte Madre María por haberme llamado a la vocación sacerdotal, por tu presencia maternal y amorosa, en los momentos alegres y difíciles de mi vida.
Aprendí a creer, esperar y dar con alegría, en la oración sencilla de una humilde madre Matilde. Ella me enseñó a invocarte siempre. Por eso sé que tú estás a mi lado para indicarme el camino de tu hijo Jesús y señalarme a los sencillos que saben acoger su Palabra de vida y de verdad.
He caminado anunciando el mensaje de tu hijo Jesús. Me enseñaste a descubrir que ser fiel es acoger el camino de la cruz, de la incomprensión, aún de los mismos hermanos. Pero al mismo tiempo me diste la alegría de compartir los momentos alegres y gozosos del pueblo creyente y de hermanas y hermanos que me acompañan en el camino de perseverar con la humildad y la sencillez de los que no se buscan a sí mismos, sino se entregan con amor al servicio de la buena nueva.
Quiero pedirte bendigas a los pobres. Me des la fuerza y la sabiduría para seguir aprendiendo de ellos la riqueza de la conversión y de compartir las palabras de misericordia, perdón y reconciliación para que el proyecto de la construcción del reino de Dios, sea una realidad en un mundo tan necesitado de amor y de sanación.
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