Chimbote en Línea (Especiales).- El 12 de octubre del 2007 el ahora Papa Francisco, quien en aquel entonces era el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, dijo textualmente "en Argentina se vive una cultura del descarte por la que se aplica la pena de muerte mediante el aborto y la eutanasia de ancianos mediante el abandono".
Esta cultura de muerte que en el país sudamericano “se expresa en un progresismo ahistórico, sin raíces y en un terrorismo demográfico", ha comenzado a diseminarse como un cáncer en casi toda Latinoamérica, en naciones con raíces Católicas tan arraigadas como México o Perú.
Ya desde el año pasado en Perú se ha emprendido una nefasta campaña que pretende que el aborto sea despenalizado, atribuyendo a un principio de libre decisión de las mujeres que son víctimas de violación y que como consecuencia de ello quedaron embarazadas.
Esta campaña que promueven algunas ONG´s capitalinas como Manuela Ramos, Demus, Otra Mirada, Flora Tristán, Cladem y Católicos por el Derecho a Decidir, entre otras; viene siendo rechazada de manera rotunda por la Iglesia Católica y ante ello, la comunidad nacional debe cerrar filas de manera drástica ante este intento de querer sembrar más violencia y muerte en nuestro país.
Para la Iglesia peruana el aborto, el uso de anticonceptivos o de píldoras abortivas como la “píldora del día siguiente”, no entran en el eje fundamental del derecho a la vida que reclama la Iglesia de manera permanente.
En nuestro país cifras tan alarmantes como que el 5% de las violaciones terminan en embarazos no deseados que pudieran ser interrumpidos por las “victimas” de la agresión sexual con la sola decisión de la madre, nos ponen en alerta respecto a las condiciones precarias de solidez moral de nuestra sociedad y de valoración de la vida humana, cuyo derecho y dignidad son inherentes al feto, desde el momento mismo de la concepción.
Ninguna circunstancia por más drástica que esta sea nos da derecho a arrebatarle la vida a un ser inocente, que está imposibilitado de defenderse, pero que de poder decidir, lo haría por seguir viviendo.
“NO SOMOS DIOS PARA ARREBATAR LA VIDA”
No podemos, ni tenemos ningún poder, no somos Dios, para arrebatarle la existencia a una vida, así sea producto de una violación, pues con el criterio de que es un ser inerte, que no puede pensar, que no puede razonar, vamos a eliminarlo. “Entonces tendríamos que hacer lo mismo, por ejemplo, con los niños con retardo mental, o aquellas personas que se encuentran en estado de coma, pues ellos tampoco tienen raciocinio, no pueden elegir y decidir. Eso no es humano, no es digno de una sociedad civilizada, sostuvo el médico ginecóloco-obstetra, Javier Saldaña, jefe del Área de Ginecobstetricia del Hospital La Caleta”.
EL GRAN NEGOCIADO DE LAS CLÍNICAS CLANDESTINAS
En su opinión, al pretender despenalizar el aborto terapéutico como una solución frente al problema de las violaciones y la violencia que se ha enraizado en nuestro país, estaríamos imitando a las grandes potencias mundiales como Norteamérica o Europa, donde al legalizar el asesinato del no nacido vía un aborto autorizado se ha abierto las puertas al gran negocio de las clínicas abortivas; pero también se ha condenado a la sociedad a ser indiferente a la violencia, al asesinato a vista y paciencia de todos, a una pérdida total de los valores que diferencian al ser humano de los animales irracionales.
“Lo que se está haciendo en Estados Unidos y Europa es generar más violencia de la que ya hay en esos países. Por eso, a nadie sorprende que un joven agarre un arma y mate a sus compañeros de aula. Yo me pregunto a qué escala tan baja de valores hemos llegado que estamos permitiéndonos estas licencias nefastas, de asesinarnos como animales. Todos sin excepción debemos cerrar filas frente a estas pretensiones”, aseveró el médico.
En el Perú se realizan más de 370 mil abortos clandestinos, lo cual es alarmante y preocupantes pues se pone en riesgo la vida de las mujeres (madres-gestantes) pero también se asesinan a esos seres indefensos que tienen derecho a la vida, a en futuro poder ser dignificados a través de sus competencias y habilidades, las que no podrán desarrollar si antes de haber nacido se las arrebatamos. (Por Mónica Gismondi Ch.-Publicado en el diario diocesano Mar Adentro)
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