(Por: P. Matías Siebenaller* ) La eucaristía “es fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11). En el Año de la fe estas palabras de Vaticano II deberían conmovernos y desafiarnos a renovar nuestra manera de celebrar la eucaristía. Para eso, para mí y para ustedes, desempolvo unos consejos que nos vienen de lejos. (Publicado en Mar Adentro, junio 2013)
1. Yendo a misa
No importa la distancia del lugar de la celebración, ni el tipo de movilidad que te lleva, ni que estés solo(a) o con otros en el camino. Mejor que guardes en tu corazón tus muchas preocupaciones y tus pocas alegrías.
Pero, agarra ese brote de fe que surge en tu ser y que te recuerda que estás en camino para un encuentro con alguien que te ama entrañablemente con tus sombras y tus luces, alguien que “con un gran deseo quiere celebrar esta pascua con sus discípulos” (cf. Lc 22, 15), alguien que hace suyos tus deseos más grandes (cf. Jn 1, 38), alguien que en esta cena “atrae a todos hacia él” (cf. Jn 12, 32).
2. Integra la comunidad y participa
No busques en el templo un lugar que te aísla: aquí la fe se vive en comunidad. Cada asamblea, de poca o mucha gente, para la eucaristía contiene toda la Iglesia; lo local contiene lo universal. “Ya no hay diferencia entre judío o griego, entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer, pues todos ustedes son un solo en Cristo Jesús” (Gal 3, 28).
Las y los que te rodean, son personas reales. Todas aportan a esta celebración historias y dramas personales así como problemas sociales candentes que hacen de la misa una oración en el mundo. ¡Trata de olvidar lo que te abruma a ti y vibra con las angustias que envuelven toda esta comunidad!
¡No te sientas mal! Aquí todos somos santos y pecadores. Han venido los que te agradan y los que te hacen sentirte incómodo. Todos somos invitados a la conversión. No hay comunión sino incluyendo las diferencias.
3. “Crean en la Buena Nueva” (Mc 1, 15)
La liturgia de la Palabra en la misa anuncia siempre la Buena Nueva de un Dios que en el Espíritu de Jesús sigue creando. Anuncia la Buena Nueva de un Dios que por Jesús hoy llama a ti y a todos los que escuchan su palabra.
Anuncia la Buena Nueva de un Dios que por Cristo ve la aflicción de su pueblo, oye sus gemidos y lo acompaña en el largo camino de la liberación plena. ¿Acoge la Buena Nueva de un Dios que en Cristo quiere vivir con nosotros en alianza de amor y fidelidad! ¡Alégrate por la Buena que hoy te ofrece la salvación y te asegura la visita del Señor.
La comunidad litúrgica está llamada a “escuchar y a poner en práctica la Palabra de Dios”. Las lecturas en la misa no pueden cumplir su cometido si no son acogidas e incorporadas en nuestra vidas. Como Ezequiel mastiquemos el rollo de la Palabra de Dios y traguémosla (cf. Ez 2, 8-39); será amarga en nuestras entrañas y dulce en nuestra boca (cf. Ap 10, 8-11).
“Hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1, 38) Esta respuesta amorosa, libre y sacrificial de María era necesaria para nuestra salvación. ¿Qué contesto yo al término de la liturgia de la Palabra en la misa?
4. Las ofrendas de pan y vino
¡No te dejes distraer por los “cachivaches” que suelen desfigurar la procesión de ofrendas al empezar la liturgia eucarística!
Pan y vino son nuestras ofrendas en la misa y una buena liturgia los hace ver con su belleza natural. (cf OGMR 32). Con humildad reconozcamos que el pan y el vino nos vinculan con las energías cósmicas y su maravillosa evolución. Todo trabajo humano está reflejado en el pan y el vino. En estos dones palpitan convivencias entrañables en familia y con amigos. Pero, proyectan también hacia el drama que envuelve la humanidad: el egoísmo, el hambre, la injusticia y la guerra.
Por su bondad natural y por la tragedia que encierren, el pan y el vino claman por ser asumidos por un misterio que les redima y plenifique: esperan ser tomados en las manos de Jesús para que los devuelva a las intenciones del Padre.
5. “Levantemos el corazón… demos gracias al Señor”
Empieza la larga plegaria eucarística. No creo que tengas la concentración para fijarte en cada uno de sus momentos que una buena catequesis sobre la eucaristía te debe haber hecho conocer, amar y vivir.
Ahora bien, deja resonar en tu corazón las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo entregado por ustedes…mi sangre derramada por todos”. Nuevamente acontece nuestra salvación. Al hacer en la eucaristía memoria de la Pascua de Jesús, él se hace presente en medio de nosotros anunciándonos “shalom” y mostrándonos las heridas: “No hay amor más grande que este: dar la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
¡Acoge tu bien más grande y suplica al Espíritu Santo para que te ayude a responder a este don y haga de tu vida una “ofrenda permanente”. Que sepas “discernir los signos de los tiempos y crecer en la fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y la tristeza, las alegrías y esperanzas de la gente y así les mostremos el camino de la salvación”: “Hagan esto en memoria mía”.
6. “Tomen y coman; tomen y beban”
Sí, el Señor nos hace una invitación insistente. Es una invitación a ponernos en camino, a caminar a su encuentro, a dejarnos atraer por él, a acoger lo que nos salva, a alimentarnos de su amor.
Entendamos, sobre todo en este momento, la cabalidad del nuevo mandamiento: “Ámense los unos a los otros, porque yo los amo”. Comemos el Cuerpo de Cristo para convertirnos en el Cuerpo de Cristo, su Iglesia. El desafío consiste en ser lo que somos: miembros del Cuerpo de Cristo comunicándonos mutuamente vitalidad y encargados del cuidado de nuestros miembros más débiles.
“La Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano” (MND 25). Entonces acabemos con tanto que en nuestras celebraciones todavía huele a rutina, ritualismo y entretenimiento social. ¡Que no dejen de resonar en la mente y en el corazón de cada ministro sacerdotal las palabras escuchadas en su misa de ordenación: “Imiten lo que celebran”.
7. “Gratuitamente han recibido, den también gratuitamente” (Mt 10, 8)
Cada meditación y celebración de la eucaristía me confronta dolorosamente con mi condición de pecador. Tanto amor, y tantas veces invertido en mi vida, no me ha convertido todavía en acción de gracias. Cada eucaristía me invita a desarrollar en mí “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (cf Fil 2, 5).
Pero cada eucaristía me ofrece también perdón y aliento para que me una a quienes en el mundo han experimentado la gratuidad del amor divino y responden en múltiples iniciativas haciendo de nuestro mundo una cuna de humanidad, una gran escuela de paz, una fiesta que engloba a todos. (Publicado en Mar Adentro, junio 2013)
(*) Sacerdote de la Diócesis de Chimbote
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