Chimbote en Línea (Evangelio Dominical - Por: Fray Héctor Herrera).- Una jovencita de la selva, había sido traída con engaños, en busca de trabajo y de una vida mejor. Era otra víctima de los traficantes de blancas. Se le obligó a prostituirse. Como las mujeres prostitutas en Israel eran consideradas esclavas y socialmente no existían, así se sentía ella, marginada, burlada por una sociedad, en la cual ella no había buscado ser excluida.
Un día escuchó el evangelio de Lc. 7,36-8,3, que Jesús entró en casa del puritano Simón. Y una mujer rompe esa barrera de exclusión, porque se da cuenta de su dignidad de mujer. Ella derrama el perfume a los pies de Jesús, los seca con sus cabellos y los cubre de besos. El fariseo se pregunta: “si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es ésta”(v.39). Juzga rápidamente, igual que nosotros. Sin embargo aquel puritano es un pecador, porque Jesús hábilmente lo cuestiona a través de la parábola de los dos deudores(v.41). Al puritano Simón se le descubre como pecador y a la mujer como la que alcanzó la salvación, su libertad, su compromiso de querer ser una mujer nueva.
Se enfrentan dos mundos: el del puritano fariseo que no siente necesidad del perdón, porque se considera “no pecador”. Y la mujer que cuestiona la incapacidad del fariseo de saber comprender su propia condición humana. La mujer siente comprensión, misericordia, necesidad de cambiar su vida, de reconciliarse consigo misma y la sociedad. Por eso se acerca resueltamente a Jesús, porque Él puede cambiar su vida.
¡Cuántas veces nosotros, nos creemos honorables personas, llenos de soberbia y de orgullo, que no nos dejamos cuestionar por las personas que consideramos “pecadores”. Y por eso el orgulloso y soberbio no cambia, maltrata, juzga a los demás como incapaces de un cambio de vida.
En el gesto de la mujer de pedir perdón, misericordia y compasión, nos da una lección profunda. Es necesario ver nuestra realidad de pecado para tomar conciencia que no podemos juzgar a los otros negativamente, sino ayudarlos a ser más personas. El gesto de arrodillarse, es un gesto de arrepentimiento y de respeto. El beso significa la cercanía de la amistad con Dios y su amor profundo que cambia su vida.
Hoy nosotros, tenemos que ser capaces de amar profundamente, para poder comprender el perdón y la misericordia de Dios, la capacidad de ser tolerantes con el otro y saber sanar las heridas que nos hacen tímidos y timoratos ante los demás.
Todos fallamos, pero también tenemos la capacidad de ser más personas, si nos dejamos interpelar por Jesús y emprendemos una vida nueva y distinta.
Sólo el que ama es capaz de reconocerse necesitado de Dios y tener el coraje para comprender y ser tolerantes con los demás. (Texto Fray Héctor Herrera, o.p.)
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