Por: Mons. Ángel Francisco Simón Piorno(*)
Cuando miro retrospectivamente el año que termina, me doy cuenta de cuántas cosas habría que cambiar para hacer de nuestra ciudad un espacio digno para los hijos de este puerto.
Los continuos conflictos sociales, el clima de confrontación, el constatar que todos los días cómo el poder puede corromper, generan en la población un desasosiego preocupante.
Tenemos más, vivimos mejor, nos permitimos ciertos lujos, pero no somos felices. ¿Qué es lo que nos pasa? ¿Por qué se nos hurta la felicidad, que todo ser humano anhela desde el fondo de su corazón?
Sin duda alguna, el caos que reina en la ciudad, los asesinatos diarios por venganza o motivos triviales, la falta de oportunidad para muchos, las promesas incumplidas y otros serios problemas sociales, son motivo de honda preocupación.
Un refrán de lengua castellana, nos dice: “Año nuevo, vida nueva”.
El Señor tiene la gentileza de regalarnos un año más. Estrenémoslo henchidos de esperanza.
Esa esperanza será la fuerza que todos necesitamos para que entre todos, podamos revertir el curso de nuestra historia.
Nuestro corazón tiene que despojarse del odio y resentimiento; él tiene que aprende una asignatura pendiente: la fraternidad.
El egoísmo no puede destruir lo mejor de cada uno de nosotros lleva adentro: el deseo de amar y de ser amado, que es lo único que da sentido a la existencia. El odio no conduce sino a profundizar las brechas que nos separan.
Si nos preocupamos por fortalecer la solidaridad, el puerto alcanzará una cota importante de bienestar, acorde a las exigencias de la dignidad humana.
El 2012 debería ser el año del progreso y desarrollo integral, y podrá serlo si restablecemos la justicia; y si, como cristianos, somos capaces de pedir disculpas y perdonar.
(*)Obispo de la Diócesis de Chimbote