Reflexión del evangelio dominical: Levántate y Camina

Por : Fr. Héctor Herrera, o.p

Ángel había caído del techo de su casa y quedó paralítico. Su madre consiguió una silla de ruedas. Pasó un año. Estaba desesperado, comenzó a leer y a escribir. De pronto comenzó a dar los primeros pasos. Su vida cambió y escuchó: “Levántate y camina”. Eran muchas personas que oraban por él. Es la fe de los otros que llevaron al paralítico a Jesús. De esto nos habla el evangelio de Mc. 2,1-12, nos presenta la fe y la solidaridad de cuatro amigos del paralítico que al no lograr acercarse a Jesús, “abrieron el techo encima de donde estaba Jesús y a través de la abertura, descolgaron la camilla con el paralítico.

Viendo Jesús su fe, dijo al paralítico: Hijo tus pecados te son perdonados” (v. 4-5). Este hecho provoca una polémica entre escribas y fariseos. Primero por la relación que Jesús manifiesta con Dios, la cual según los maestros de la ley era una blasfemia. Y en segundo lugar su relación con las personas: tocaba a los enfermos, comía con los pecadores y se juntaba con gente de mal vivir, y para ellos eso le hacía impuro. Tampoco practicaba el ayuno, ni observaba el sábado. Jesús transgredía la religión de su tiempo.

Jesús leía sus corazones como lee el nuestro y denuncia sus pensamientos. Por eso, la Buena Noticia de Jesús asusta las autoridades religiosas y políticas. Y para que comprendamos mejor que Él es el Hijo de Dios que viene a sanarnos no sólo de las enfermedades físicas, sino de la salud integral, se acerca a las personas, nos toca en lo profundo de nuestro corazón y nos da una nueva vida, que recupera las fuerzas y nos reintegra a la comunidad. Quiere que éste paralítico excluido de la comunidad, sea integrado para que allí tenga conciencia de una vida nueva. Y le dice: “Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (v. 11).

Jesús desconcierta a todos, por su sensibilidad ante el paralítico y la fe de sus amigos. Si nos fijamos bien en la escena: primero le dice tus pecados te son perdonados, y con estas palabras desarma la mentalidad religiosa que piensa que la enfermedad es fruto del pecado. Jesús quiere sanar nuestro corazón, liberarnos de nuestra ceguera y egoísmo para abrirnos a la alegría que aceptar el reino de Dios es vivir la fraternidad, la ternura de servir y de ayudarnos los unos a los otros. Hoy necesitamos levantarnos de aquello que nos paraliza: el miedo, la insensibilidad, la indiferencia, el orgullo y el desprecio que no impide reconocer a Jesús y empezar a caminar en una vida nueva de amor, comprensión, libertad, paz. “Todos se asombraron y glorificaban a Dios diciendo:Nunca vimos cosa semejante” (v. 12). Hoy los cristianos tenemos que glorificar a Dios con las obras buenas que hace la Iglesia. Allá en los barrios marginales: sacerdotes y laicos trabajando por la comunidad en los talleres de educación y de aprendizaje, religiosas que gastan su vida junto con el equipo de mujeres y de varones procurando la salud integral de los discapacitados y enfermos terminales.

Laicos, varones y mujeres, jóvenes y niños que van aprendiendo en los gestos de solidaridad a dar vida, alegría, salud a los más necesitados. La alegría de servir es lo que hace brotar del corazón la alabanza a Dios con libertad y con la conciencia que la fe con obras da vida a toda la comunidad eclesial, como nos recuerda el apóstol Pablo: “Y es Dios quien nos mantiene, a nosotros y a ustedes, fieles a Cristo; quien nos ha ungido, nos ha sellado y quien ha puesto el Espíritu como garantía en nuestro corazón” (1 Cor. 1, 21-22).

 

DOMINGO VII T.O. D.19.02.2012. MC. 2,1-12.

LEVANTE Y CAMINA

Ángel había caído del techo de su casa y quedó paralítico. Su madre consiguió una silla de ruedas. Pasó un año. Estaba desesperado, comenzó a leer y a escribir. De pronto comenzó a dar los primeros pasos. Su vida cambió y escuchó: “Levántate y camina”. Eran muchas personas que oraban por él. Es la fe de los otros que llevaron al paralítico a Jesús. De esto nos habla el evangelio de Mc. 2,1-12, nos presenta la fe y la solidaridad de cuatro amigos del paralítico que al no lograr acercarse a Jesús, “abrieron el techo encima de donde estaba Jesús y a través de la abertura, descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús su fe, dijo al paralítico: Hijo tus pecados te son perdonados” (v. 4-5). Este hecho provoca una polémica entre escribas y fariseos. Primero por la relación que Jesús manifiesta con Dios, la cual según los maestros de la ley era una blasfemia. Y en segundo lugar su relación con las personas: tocaba a los enfermos, comía con los pecadores y se juntaba con gente de mal vivir, y para ellos eso le hacía impuro. Tampoco practicaba el ayuno, ni observaba el sábado. Jesús transgredía la religión de su tiempo.

Jesús leía sus corazones como lee el nuestro y denuncia sus pensamientos. Por eso, la Buena Noticia de Jesús asusta las autoridades religiosas y políticas. Y para que comprendamos mejor que Él es el Hijo de Dios que viene a sanarnos no sólo de las enfermedades físicas, sino de la salud integral, se acerca a las personas, nos toca en lo profundo de nuestro corazón y nos da una nueva vida, que recupera las fuerzas y nos reintegra a la comunidad. Quiere que éste paralítico excluido de la comunidad, sea integrado para que allí tenga conciencia de una vida nueva. Y le dice: “Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (v. 11).

Jesús desconcierta a todos, por su sensibilidad ante el paralítico y la fe de sus amigos. Si nos fijamos bien en la escena: primero le dice tus pecados te son perdonados, y con estas palabras desarma la mentalidad religiosa que piensa que la enfermedad es fruto del pecado. Jesús quiere sanar nuestro corazón, liberarnos de nuestra ceguera y egoísmo para abrirnos a la alegría que aceptar el reino de Dios es vivir la fraternidad, la ternura de servir y de ayudarnos los unos a los otros. Hoy necesitamos levantarnos de aquello que nos paraliza: el miedo, la insensibilidad, la indiferencia, el orgullo y el desprecio que no impide reconocer a Jesús y empezar a caminar en una vida nueva de amor, comprensión, libertad, paz. “Todos se asombraron y glorificaban a Dios diciendo: Nunca vimos cosa semejante” (v. 12). Hoy los cristianos tenemos que glorificar a Dios con las obras buenas que hace la Iglesia. Allá en los barrios marginales: sacerdotes y laicos trabajando por la comunidad en los talleres de educación y de aprendizaje, religiosas que gastan su vida junto con el equipo de mujeres y de varones procurando la salud integral de los discapacitados y enfermos terminales. Laicos, varones y mujeres, jóvenes y niños que van aprendiendo en los gestos de solidaridad a dar vida, alegría, salud a los más necesitados. La alegría de servir es lo que hace brotar del corazón la alabanza a Dios con libertad y con la conciencia que la fe con obras da vida a toda la comunidad eclesial, como nos recuerda el apóstol Pablo: “Y es Dios quien nos mantiene, a nosotros y a ustedes, fieles a Cristo; quien nos ha ungido, nos ha sellado y quien ha puesto el Espíritu como garantía en nuestro corazón” (1 Cor. 1, 21-22). (Fr. Héctor Herrera, o.p.)