Por Fr. Héctor Herrera, o.p.
Jesús viene a transformar todo. El evangelista Juan (Jn 2,13-25) ubica a Jesús en el templo de Jerusalén que se había convertido en un mercado –y luego será sustituido por Jesús, el nuevo templo de la presencia de la gloria de Dios–. La escena se da dentro de la Pascua judía. Jesús se enfrenta a las autoridades judías, a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas de dinero.
Los bueyes significan el poder tributario-monárquico, además el dios Baal de los agricultores cananeos era representado por un buey, símbolo de opresión. Las ovejas simbolizan el pueblo encerrado en el recinto y destinado al sacrificio; las palomas son símbolo de ofrendas de los pobres, para el culto. En sí, el culto se había convertido en una justificación de la injusticia y del crimen de parte de los dirigentes religiosos. Los cambistas representan el sistema financiero de la época.
“Se hizo un látigo de cuerdas y expulsó a todos del templo, ovejas y bueyes; esparció las monedas de los que cambiaban dinero y volcó las mesas” (v.15). El látigo significa la irrupción de la era mesiánica, echar a los que lucraban con el culto, porque el “celo por tu casa me devora” (v.17). La acción de Jesús toca directamente al sistema económico e ideológico que representa el templo en Israel. El culto proporcionaba enormes riquezas a la ciudad y a los comerciantes, sostenía a la nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados. Jesús quiere enseñarnos el verdadero culto a Dios y su preocupación por los pobres. Su enojo es porque hacían negocio con los pobres.
¿Qué señal nos presentas para actuar de este modo?, le preguntaron. Jesús contestó: “Derriben este santuario y en tres días lo reconstruiré”. Jesús reafirma que como Mesías enviado por Dios tiene poder para destruir y reconstruir (v.19), (cf. Jer. 1,10; 18,7-10; 24,6; 42,10; 45,4). Frente al poder de Herodes que ha construido el templo en 46 años, está el poder del resucitado. Él es el nuevo templo que será reconstruido en tres días (v.20). La intención de Jesús no era la de purificar el templo, sino sustituir el templo por su propio cuerpo (v.21). Para el evangelista Juan, el templo es Jesús resucitado (v.27). Lo afirmará refiriéndose a la Nueva Jerusalén: “No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo” (Ap 21,22). La postura de Jesús frente al templo es una de las causas que provocará su muerte. Él vino no a continuar con el culto antiguo, sino a proponernos el principio de la vida. Dios se manifiesta en los santuarios vivos que son los seres humanos para que vivamos con dignidad.
Jesús, es pues, el nuevo Templo, el verdadero Templo, «no hecho por mano de hombres» (Mc 14,58; cfr. 2 Cor 5,1; Heb 9,24; Act 17,24), y del cual el antiguo Templo de Jerusalén era sólo una figura o signo anticipado (Jesús Sastre).
“Nosotros somos templo de Dios vivo" (2 Cor. 6,16). Somos y estamos llamados a ser lugar donde el amor y la gracia de Dios sean acogidos y comunicados. No podemos olvidar como Iglesia nuestra unión con Cristo: ¿No saben que son santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? (1 Cor 3,16). Somos santuario de Dios y debemos respetar la vida, en especial de los pobres.