(Por Fray Hector Herrera Herrera, o.p.).- El evangelio de Jn 10,11-18 nos presenta la imagen del Buen Pastor, partiendo de la realidad de ese mundo rural tan familiarizado con el pastoreo de ovejas. Y nos hace una clara distinción entre el asalariado que vive de las ovejas y las abandona en el peligro, y el buen pastor que conoce a sus ovejas. “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas” (v. 11), nos enseña Jesús hoy. Y esto es lo que han hecho los buenos pastores a lo largo de la historia.
“Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por mis ovejas” (v.14-15), nos dice Jesús. Esa cercanía y conocimiento profundo entre Él y la comunidad, su pueblo, es la entrega de aquél que conoce profundamente a sus ovejas y nos da el amor de su Padre, para que nosotros nos amemos y reconozcamos que somos hijos de Dios, nacidos de Dios (Jn 1, 12s.; 3, 5) por obra del Espíritu (Jn 3, 6). Él nos da una vida nueva para que escuchando su voz, cuidemos la vida. Porque el mundo que se opone al proyecto de Dios engendra odio, violencia, asesinato. No actúa con libertad, sino con la violencia.
Jesús reúne y congrega como el pastor hace con su rebaño. Como los niños y jóvenes en las zonas rurales llaman a las ovejas, así también nos reúne y nos da una misión trabajar unidos por hacer realidad su mensaje de amor, de reconciliación y de paz que se basa en la justicia y en la verdad.
“Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y después recobrarla. Este es el encargo que he recibido del Padre” (v.18). Él nos da la vida como nos da la misión de ser testigos de la vida, frente a tanto sufrimiento, dolor y muerte. Él nos da la misión y nos llama a cada uno para ser signos de vida. Porque él optó por sus ovejas para que tengamos vida. Él se entregó a sí mismo por su Iglesia (Ef 5,32).
Es en el centro de nuestras comunidades cristianas, la Iglesia, pueblo de Dios, donde tenemos que descubrir el llamado de Jesús el Buen Pastor y poder cantar con alegría y esperanza el Salmo 22, “El Señor es mi pastor”, aunque camine por cañadas oscuras, tengamos miedo o desaciertos, tenemos la seguridad que Él nos guía y está con nosotros. Si escuchamos su voz lo reconocemos porque él da su vida, nos conoce y nos reúne como a un solo rebaño.
Que en la experiencia del amor en nuestras familias, nuestros centros de estudio y de trabajo, escuchemos la voz de Jesús para descubrir la vocación de pastores que sirven con amor, ternura, compasión, alegría y que están dispuestos a dar la vida por sus hermanos. Y que allí surjan diversas vocaciones cristianas, llamados a seguir el proyecto de Jesús en la vida sacerdotal, religiosa y laical.