Chimbotenlinea.com (Por Fray Héctor Herrera O.P.).-María, una joven nazarena se puso en camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá (v.39). Ponerse en camino indica la prontitud y disponibilidad de María. Y nos enseña a los cristianos de hoy a estar prontos y dispuestos para servir. Ella es portadora de una buena noticia. Al enterarse que su prima Isabel, la estéril está esperanza a un hijo, quiere ayudarla y compartir la alegría de la fe de aquel que hace maravillas. Ella sube a Ain Karin.
(Foto Internet)
El encuentro de estas dos mujeres está lleno de alegría. Isabel siente la presencia del Espíritu de Dios y que está ante una joven que es bendecida. Por eso le dice: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”. Isabel reconoce que Dios ha entrado en la historia humana y ha dignificado a la mujer en María. La humanidad recupera esa nueva creación. En María y Jesús encarnado, la humanidad se hace nueva.
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Se pregunta Isabel. Y apenas escuché tu voz, el niño Juan saltó de alegría ante la presencia del Salvador del mundo. Alaba la fe de María, porque creyó y confió en la gran misericordia de Dios.
Hoy también nosotros necesitamos volver nuestra mirada a la Palabra de Dios, para creer en el Dios de la vida que ama, protege y defiende la vida de mujeres y de varones, de niños y de jóvenes, de ancianos y ancianas, que entregan su vida diariamente por mejorar la calidad de vida.
¡Dichosa tú porque has creído! Felices los que creen que es posible sembrar la semilla de la vida y hacerla germinar quitando las malezas de la violencia familiar, social, económica, política, los ídolos que oprimen a la persona y no le permiten crecer.
María creyó que llevaba al Autor de la vida. Y él nos invita a ser sembradores de paz con justicia y libertad, con amor misericordioso y tolerante, como un amor que se entrega como una donación en la vida de sus hermanos.
María nos enseña hoy a reconocer esa grandeza de Dios que enaltece a los humildes, a los que buscan la verdad con sincero corazón, que nos auxilia en medio de las dificultades y que nos saca de todo aquello que se opone a su proyecto para ser amigos de Dios, como lo fue Abraham. Sólo tendremos una fe capaz de mover montañas, una esperanza firme y confiada como María, si estamos abiertos en nuestro corazón y nuestro espíritu para contemplar y reconocer que Dios hace maravillas cambiando el corazón y la mente del ser humano para comprender que sólo somos sus hijos, si no hacemos diferencias entre personas y procuramos amarnos los unos a los otros como él nos ama.
Esto lo comprendió María desde la sencillez y la humildad. Y se puso en camino para enseñarnos a poner en camino y anunciar: Jesús es el Señor de la vida y en él creemos y lo proclamamos para que tengamos vida. (Fr. Héctor Herrera, o.p.)