Por: Fray Héctor Herrera, o.p.
Nicolás es un joven invidente. Desde niño había aprendido a movilizarse. Le gusta la música y toca muy bien el piano. Canta con una voz que le sale del corazón y encanta a su público. Me dice, antes nadie se fijaba en mí. Pero descubrí a Jesús en mi vida y me impactó como él sanaba a los enfermos. Y a todos los acogía con amor.
De esta sanación y curación de los enfermos nos habla el evangelio de Mc. 1,21-28. Jesús llega a Cafarnaúm, una aldea de pescadores y enseña en la sinagoga. La gente se asombra de su enseñanza, porque hablaba con autoridad, no como los letrados (v.22). Escuchan algo nuevo y distinto, se admiran porque transmite el mensaje de un Dios cercano, toca el corazón humano, libera al hombre poseído por el espíritu malo (v.23). Mientras los letrados se quedan en la interpretación de la Ley. Y no pueden luchar contra el mal, por su incoherencia, soberbia, ceguera y corrupción.
Aquí en medio de ellos está el mismo Hijo de Dios que domina al mal. Y hasta el espíritu malo, lo reconoce como el Santo de Dios (v. 24). Y es por el poder y la autoridad que le viene de Dios que manda al espíritu malo: ¡Cállate y sal de él! Libera a aquel de la mentalidad que atribuía el mal a Dios, como aún hoy todavía se puede tener un falso concepto de Dios. Jesús habla con autoridad, porque su Palabra congrega, unifica, integra, dignifica su dignidad de hijo, de hermano; lo coloca al centro de la comunidad, para que comprendamos que su enseñanza toca lo más profundo de la persona, porque libera, escucha y presta atención a aquel que era mirado mal.
Hoy los cristianos, tenemos que recuperar esa fuerza de la Palabra de Dios, que nos libera de los espíritus malos modernos, como pueden ser la pérdida de conciencia y de identidad frente a cualquier manipulación del poder, los ídolos que enceguecen el corazón y pueden enceguecernos en una actitud egoísta.
El pueblo sencillo reconoce en Jesús a aquel que sana y cura no sólo nuestras dolencias físicas, psíquicas y espirituales, sino que reintegra a la comunidad. Es un Dios que está cerca, que dialoga, se solidariza y recrea una nueva manera de sentir y de actuar. Nosotros cristianos hoy tenemos que luchar contra toda forma de opresión y de maldad, pero con “autoridad”, honestidad y coherencia de vida. Frente a la corrupción, la rectitud de la vida. Frente a la injusticia que causa tanto dolor a los pobres, Jesús nos propone sanar esas heridas para crear estructuras más humanas y justas. Frente a la insensibilidad y al dolor de los que menos tienen, crear lazos y redes de solidaridad que miren en el enfermo y en el desvalido, el mismo rostro de Jesús.
Nos preguntamos hoy: ¿damos importancia a cada ser humano, en especial a los enfermos?, ¿tenemos sentimientos de acogida y de solidaridad para reconocer en cada persona el rostro mismo de Jesús?, ¿qué hacemos hoy para sanar el corazón de la sociedad?, ¿cómo trabajamos y luchamos hoy contra todo proyecto del mal opuesto al plan de Dios?, ¿cómo contagiarnos de esa Palabra, fuerza liberadora y creativa de Jesús para construir el pueblo de Dios que tenga una mentalidad y un corazón sano, creíble por su fe y testimonio de Jesús?
Sólo de nosotros depende creer y vivir con la autoridad de Jesús, o convertirnos en meros interpretadores de la Ley de Dios, que hablan, sin ser coherentes en nuestro seguimiento de Jesús.